Arturo a los 30: La comedia como exorcismo Por Martín Vivas
Observo la programación del BAFICI 2023 y esta experiencia se parece un poco a la recorrida azarosa por la estantería de los ya extintos videoclubs, pero claro está, sin el variopinto de las carátulas de los VHS. También se asemeja a una cartilla médica de obra social, y en esa sintonía, confío en que la película que elijo ver sanará mi desencanto frente a la actual cartelera de los cines y activará la cuasi dormida, pero siempre latente, glándula de la cinefilia.
Quizás solo de esta manera, y no de otra, podamos encontrarnos (y ellas a nosotros) frente a películas con las que jamás tendríamos contacto. Es evidente que este debería ser el mayor valor de todo festival de cine, antes del de ser un refugio para el cine arte, definición peyorativa que clasifica a los espectadores de forma maniqueísta, pergeñando la concepción de un cine para pocos, profundo e intelectual, en contraposición a uno popular, superficial y rústico.
En un determinado momento la mirada se detiene en un título: Arturo a los 30 (2023), una comedia dirigida, coguionada y actuada por Martín Shanly. Hay en la portada algo que augura un prometedor visionado, no sé a qué se debe esta apuesta de fe, acaso la fuente del texto elegida, o la postura del personaje que fija su vista en ninguna cosa, una especie de actitud derrotista y de abatimiento, en concertó, la de una persona que ha caído en un vacío de sentido. Esto último, la de una película de risa que se presenta con una imagen de la desventura -sin dudas- es lo que me atrapó desde el comienzo.
El film confirma todo lo que anticipamos. Durante nuestra infancia y adolescencia soñamos y nos identificamos con los héroes del cine; como mi viejo que quería ser el John Wayne que rescata a Natalie Wood de las garras de los comanches en Más corazón que odio (The Searchers,1956) de John Ford, los que casi estamos en los cuarentas aspiramos de niños a ser, aunque sea por un rato, Marty McFly o Rambo, en cuero y con la cinta roja en la frente. Esta identificación fue perdiendo influencia con el correr de los años; es que uno crece y lo único que anhela, más aún en estos tiempos, es llegar a fin de mes.
Entonces aparece otro tipo de personajes, más reales, en los que verdaderamente uno puede reconocerse, los antihéroes, con unas cuantas virtudes y sus muchos defectos. Seres eternamente conflictuados, que cuestionan continuamente sus actos e instintos, que no logran encajar en un entorno que tampoco entienden, y que incluso pueden sentirse agredidos por el mismo. Indudablemente, Arturo calza perfectamente bajo esta definición, aunque también dicha construcción arquetípica nos puede entregar una innumerable cantidad de figuritas, cada una con sus propias particularidades.
El caso es que Arturo es invitado al casamiento de su amiga. Ya la iglesia donde se lleva a cabo el mismo es un territorio enemigo para él, no sólo por su creencia o falta de ella, sino porque es un muchacho al que le cuesta adaptarse a los eventos sociales. Para sobrevivir a este medio ambiente debe construir una personalidad distinta, al menos vemos intentarlo. Se muestra trajeado, ensaya vencer la timidez, sonríe y vacila un diálogo que no le es correspondido. Más tarde, cuando luego del accidente automovilístico camino a la fiesta el resto de los pasajeros cruce la autopista de lado a lado a pie, poniendo en riesgo su integridad, Arturo optará por otro sendero, distinto, más largo pero seguro para él.
A medida que avanza la película vamos conociendo, fundamentalmente a través de los flashbacks, al auténtico Arturo. Un pasado que define al presente, le brinda sentido y profundidad a un relato que aborda una importante cantidad de temáticas, traídas a la mesa por los fabulosos personajes secundarios que se suman a la historia. Los mismos no resultan un mero relleno, sino que aportan polémica y más complejidad al film: la cuñada que no logra duelar a su marido fallecido hace ya varios años, la hermana adolescente en constante enfrentamiento con sus compañeras de escuela, un amigo en la búsqueda de su identidad, etc.
Por otro lado, Arturo a los 30 demuestra que la pandemia también fue un lugar para nuevas posibilidades, un renacimiento (quien aquí escribe se ha metido en la crítica de cine gracias a tan inesperado y trágico infortunio). Su director comenzó a filmarla por el año 2017, y en marzo de 2020 fue obligado a frenar su rodaje. Sin embargo, lo que podría haber sido un desaliento para una obra con bajo presupuesto terminó dándole un corolario más específico y, a mi juicio, maravilloso.
Es que la peste habilitó un cambio de perspectiva que nos enseñó un cúmulo de aspectos ocultos a los que prestar especial atención, fundamentalmente en las relaciones con el otro, un subtexto que ahora se develaba certero ante nuestros atónitos ojos. Shanly señala que deseaba hablar (y problematizar) acerca de las cosas que suceden medio automáticamente, lo no excepcional. A través de ciertas exageraciones exhibe los rasgos de una crisis personal y existencial. Extremarse para exorcizarse es el lema.
Que el director utilice la comedia para exponerse demuestra uno de los usos más virtuosos del género. Incluso, la exposición de cierto sector de la burguesía y sus privilegios presentados desde otro lugar, distinto al que habitualmente elige nuestro cine. En esta misma vereda se inscribe Puan (2023) de María Alché y Benjamín Naishtat, que en lugar de tratar al personaje exclusivamente desde un punto introspectivo, abarca su posición y experiencia desde lo colectivo. Celebramos este gran momento del cine argentino, que debe constituirse en un ámbito de la resistencia en los años venideros.