“Hong Kong Dreamin” Chungking Express (1994) Por Alejandro Reys
A finales de julio de 1994 fuí al cine por primera vez; que recuerde al menos. Acababa de cumplir 9 años, así que probablemente sería más adecuado decir que me llevaron. A finales de julio de 1994, entonces, me llevaron al cine por primera vez. Es difícil de olvidar las dos cuadras y media de fila que había para sacar entrada. No lo sabía en ese momento, pero eso tenía una sencilla explicación: estaba por ver la que sería la película más vista de ese año, El rey león (The Lion King, 1994). Pero eso a mí poco me importaba. Quería ver una película que se acababa de estrenar unos días atrás y que todo el mundo comentaba en los recreos de la escuela. Una sobre un colectivo que, como diría Homero, “tenía que ir rápido”. Entre esos dos extremos (una película infantil animada y un blockbuster de acción), los éxitos de taquilla de ese año demostraban toda una variedad de géneros impensada hoy en día. Allí convivían tranquilamente un thriller erótico como Acoso Sexual (Disclosure, 1994) con una comedia fantástica como La máscara (The Mask, 1994), una película de terror gótico como Entrevista con el vampiro (Interview with the Vampire: The Vampire Chronicles, 1994), una aventura sci-fi como Stargate: La puerta del tiempo (Stargate, 1994) o un thriller político de acción como Peligro inminente (Clear and Present Danger, 1994). Pero existía también toda una serie de películas por fuera del paraguas de los grandes estudios (muchas producidas fuera de los E.E.U.U. incluso), que, aunque no tuvieran un éxito tan resonante en cuanto a entradas vendidas, se volverían de culto. Para mí, películas como El perfecto asesino (Léon, 1994), Dependientes (Clerks, 1994), El cuervo (The Crow, 1994) o Las aventuras de Priscilla, reina del desierto (The Adventures of Priscilla, Queen of the Desert, 1994), llegarían más tarde; un poco en unos casos, mucho en otros. Después de El rey león, finalmente tardé casi dos años en poder ver Máxima velocidad (Speed, 1994); cuando se estrenó en la televisión por cable. Tardaría quizás unos cuatro o cinco más en ver, por ejemplo, El perfecto asesino. Pero no se comparan con los casi 30 años que tardaría en ver Chungking Express (Chung Hing sam lam, 1994).
Wong Kar-wai, nacido en Shangai pero emigrado a Hong Kong de muy pequeño, comenzó allí su carrera como guionista, a principios de los ‘80. Gracias a los contactos que fue construyendo en la industria, consiguió hacia fines de esa misma década dirigir su primera película, As Tears Go By (Wong Gok ka moon, 1988). En ella, si bien recurre a una trama de mafiosos (el género más popular en el cine hongkonés de esos años), ya da muestras de su interés por los conflictos de la juventud, moviendo el foco del gánster maduro habitual hacia uno más joven y novel. En su siguiente película, Days of Being Wild (Ah fei jing juen, 1990), Wong ya aborda esto de lleno, centrándose en un joven conflictuado en busca de su identidad. La exploración de estos temas se ve suspendida tras el fracaso comercial de este segundo film, ya que debe aceptar la propuesta de realizar Cenizas del tiempo (Dung che sai duk, 1994), una película del género wuxia (épica histórica de artes marciales), que poco tenía que ver con sus intereses. Sin embargo, durante un parate de dos meses en el rodaje por cuestiones técnicas, decide desarrollar y filmar en muy poco tiempo otra película, que se terminaría estrenando antes y le daría finalmente el reconocimiento internacional: Chungking Express. En ella, retomando sus ideas iniciales, retrata un momento en la vida de varios personajes jóvenes, mediante una serie de viñetas de sus cotidianidades. Durante la primera mitad vemos como He Qiwu, un policía que se encuentra lidiando con una reciente ruptura, conoce a una criminal que debe resolver un fallido intento de tráfico de drogas. En la segunda parte Faye, una joven que trabaja en un puesto de comida rápida y sueña con irse a California, se enamora de otro policía (que también atraviesa una ruptura amorosa) y entabla un extraño vínculo con él, colándose repetidamente en su departamento durante sus ausencias. Los relatos se conectan por un hecho absolutamente fortuito y típico de la dinámica de las grandes ciudades: un encontronazo accidental entre estos dos personajes hace que dejemos de seguir a uno para centrarnos en el otro.
Algo menos evidente, sin embargo, vincula ambas historias. Estos jóvenes responden, en su actitud y accionar, a un mismo espíritu de época, encarnado en la llamada generación X y su representación más habitual: la subcultura slacker. Término este qué alcanzó un uso masivo gracias a la ópera prima de Richard Linklater, del mismo nombre. Filmada con 23.000 USD, en poco más de un mes y con mayoría de intérpretes sin formación actoral, Slacker (1990) constituye, para muchos, un pilar fundamental del movimiento de cine independiente de la década que inaugura. Sin una trama que guíe su desarrollo, la película se limita a seguir durante algunos minutos una situación, hasta que la cámara parece aburrirse y decide elegir a otras personas dentro del plano a quienes acompañar. Las sucesivas conversaciones, que abordan temas que van desde la exclusión social a las teorías conspirativas, son mayormente llevadas adelante por jóvenes en sus veintipico (empezando por el propio director), en quienes predomina la apatía, el cinismo y un marcado descreimiento en las instituciones tradicionales. Además, si bien tratadas principalmente en tono de comedia, la desesperanza por el futuro, la criminalidad y la droga, son problemáticas que atraviesan a muchos de los personajes. Películas como Chungking Express, El odio (La haine, 1995) o Pizza, birra, faso (1997) son herederas directas de este retrato de la juventud de la época, retomando no sólo muchas de sus temáticas, sino también sus aspectos formales. Coherentemente con unos presupuestos ínfimos y unos brevísimos tiempos de rodaje, predomina un registro casi documental, una urgencia por retratar la realidad. Realidad, por otra parte, fundamentalmente urbana. El título Chungking Express, de hecho, deriva de las zonas específicas de Hong Kong (la del edificio Chungking Mansions y el local de comida Midnight Express) en las que transcurre cada historia respectivamente. El uso de la cámara en mano, especialmente en los planos exteriores “robados”, acentúa el ritmo frenético de estas grandes urbes. La ciudad determina, y a la vez representa, el estado de ánimo de los personajes; sus ansiedades, intereses y costumbres. Esta juventud, con su conocimiento del pulso de la calle y la vida urbana, constituye el equivalente al flâneur para la última década del siglo XX.
Junto con el indie norteamericano, el asiático probablemente haya sido el cine que más popularidad relativa ganó en la década de los ‘90. Gran parte de la industria, los festivales, las premiaciones y la crítica, volvieron su mirada hacia el continente asiático, lo que generó a su vez un mayor interés del público. Un cine que, con la notable excepción de Japón (probablemente debido a la importancia de su industria), había sido considerablemente ignorado hasta ese momento. En los Premios Óscar de 1991 se nomina por primera vez a una película china a Mejor Película Internacional. En 1992 es el turno de la primera hongkonesa. Y en 1994 tres de las cinco nominadas son asiáticas, entre ellas Adiós mi concubina (Farewell my Concubine, 1993), la primera (siempre con la excepción de Japón) en ganar la Palma de Oro en Cannes. La década terminaría con El tigre y el dragón (Crouching Tiger, Hidden Dragon, 2000) alzándose finalmente con la estatuilla en 2001. Mientras tanto, irónicamente, la industria cinematográfica de Hong Kong, que había experimentado un boom durante la década anterior, comenzaba su declive. Entre muchos motivos, influyen el arribo de los multipantallas y el consiguiente aumento de las entradas, la explosión de la piratería y la irrupción del mercado norteamericano. La región se encontraba, además, en un momento de convulsión, debido a la inminente reincorporación a China (la película Police Story 3: Supercop (1992), de hecho, termina con un chiste en tal sentido), prevista para 1997. Muchos de los directores contemporáneos a Wong Kar-wai más importantes, como Ringo Lam, Hark Tsui, Peter Chan o Kirk Wong, hicieron durante los ‘90 al menos un intento de dirigir en Hollywood; siendo el caso extremo John Woo, quien directamente emigró a los E.E.U.U. Mucho de esto permea en Chungking Express. Mientras la polinización cultural se encuentra constantemente presente, en los avisos publicitarios, lo cosmopolita de la música y hasta las bebidas que consumen los personajes, durante toda la segunda historia Faye sueña con irse a California. Tras finalmente hacerlo y regresar, no obstante, afirma simplemente que “No es gran cosa”. Wong aplica el espíritu de desencanto de la generación X en términos de globalización: si nada importa ni tiene sentido, ¿por qué sería diferente en otras latitudes?
En enero de 1999 fuí (ahora sí, por mis propios medios) al cine por primera vez, iniciando una serie de cada vez más frecuentes visitas. La elegida fue Enemigo público (Enemy of the State, 1998), una película que (quizá justamente por eso) me sigue fascinando al día de hoy. La variedad aún se mantenía y estrenos con temáticas tan dispares como The Truman Show (1998), Armageddon (1998), Matrix (The Matrix, 1999) o Sexto sentido (The Sixth Sense, 1999) dominaban la cartelera. Pero yo para ese entonces ya empezaba a tener también noción de otros estrenos, por fuera de los éxitos de taquilla. Algunos de los cuales, vistos mayormente en televisión o VHS, como Juegos sexuales (Cruel Intentions, 1999), Viviendo sin límites (Go, 1999), Requiem para un sueño (Requiem for a Dream, 2000), El proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999) e incluso todo el nuevo slasher post Scream. Vigila quién llama (Scream, 1996), seguían tocando las problemáticas de la generación X; aunque, sin duda, con una visión bastante más oscura al respecto. A estas se podrían sumar las ya mencionadas El odio, Pizza, Birra, Faso e incluso Dependientes, considerando su final original. Tal vez el suicidio de Curt Kobain marcó el comienzo de una etapa mas pesimista para la generacion. Tal vez fuera la incertidumbre y paranoia generalizada del inminente fin de milenio. El caso es que, ciertamente, predominaba una visión más oscura. Chungking Express, en cambio, aún mantiene una lectura relativamente esperanzadora sobre esa juventud, al igual que muchas de la primera mitad de la década, como Slacker o Generación X (Reality Bites, 1994). Enfrentarse a ella hoy es ver el retrato de una época, reflejado en los conflictos e inseguridades de sus jóvenes. Pero un retrato diferente al que recordaba haber visto mientras sonaba The Kids Aren’t Alright y Fred Durst se quejaba del maltrato contra su generación. Wong, como Linklater, no castiga a sus personajes. Ilustra la ansiedad, incertidumbre, cinismo, descreimiento y aquellos rasgos característicos de esa juventud de los ‘90, pero también les permite tener sus pequeños triunfos y momentos de felicidad. En el año 2011, una importante encuesta realizada en E.E.U.U. entre los integrantes de dicha cohorte, arrojó que un altísimo porcentaje se consideraba feliz con su vida adulta. Quizá, en retrospectiva, los chicos no estaban tan mal… solo un poco perdidos.