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La actividad paranormal que sí
Por Alejandro Reys

 

Siempre resulta interesante analizar el fenómeno de las películas que, siendo cercanas en el tiempo, abordan temas en común. Normalmente, teniendo en cuenta los procesos de producción, que por lo general implican años entre el comienzo del desarrollo de la idea y el estreno, es imposible afirmar que estas se influyan unas a otras. Probablemente la mayoría de las veces se trate más bien de cierto zeitgeist; un espíritu de época compartido que permea en los realizadores. Esto se hace aún más notorio cuando hablamos de estrenos de un mismo año. Tres de las películas más interesantes que se pudieron ver en este 2022 que acaba de terminar -por ejemplo- parten de exactamente la misma premisa básica: la búsqueda por registrar un evento sobrenatural. Podría interpretarse que, lejos de una mera coincidencia, dicho disparador es, en los tres casos, la excusa para tratar temáticas muy actuales.

 

Something in the Dirt (2022) se centra en dos vecinos que descubren, cuando un cenicero comienza a levitar de repente, que el departamento de uno de ellos es el epicentro de fenómenos paranormales. Siendo que ninguno se encuentra atravesando un gran momento, se proponen conseguir el éxito realizando un documental al respecto. Deadstream (2022), por su parte, se presenta como un evento de streaming, por medio del cual una suerte de youtuber, caído en desgracia por un episodio que lo llevó a la cancelación, pretende recuperar su notoriedad perdida. Su estrategia para esto consiste en transmitir en vivo cómo afronta su peor miedo: pasar una noche solo en una casa supuestamente embrujada. ¡Nop! (Nope, 2022), finalmente, sigue a dos hermanos cuyo negocio de alquiler de caballos no anda bien desde la muerte de su padre. Tras descubrir que esta fue provocada por una presencia extraterrestre que se esconde entre las nubes cerca de su estancia, planean obtener algún tipo de registro visual del hecho, que les represente un rédito económico.

 

Sin profundizar en las particularidades de cada trama, estos puntos de partida parecieran apuntar a desarrollos muy diferentes. Y, en efecto, engendran películas disímiles, tanto en escala de producción como en complejidad, tono, factura técnica y una larga lista de etcéteras. Sin embargo, es posible encontrar el hilo conductor que las hilvana. En el afán de sus personajes por retratar estos sucesos fuera de lo normal, las tres refieren no solo a la disciplina cinematográfica, si no al estado actual de la industria. Ese evento sobrenatural que los protagonistas intentan registrar, equivale a las historias que el cine nos muestra: acontecimientos que no se dieron en la vida real, pero se presentan ante nuestros ojos de espectadores como verdaderos. El hecho en cuestión pasa a un segundo plano, ante la perspectiva de capturarlo para que pueda ser visto por otros. Las tres películas son evidentes en esto: en los tres casos los protagonistas discuten explícitamente los métodos, formatos y hasta los equipos que van a utilizar para realizar estos registros. Aún más, se debaten hasta las mejores formas de difusión y los beneficios monetarios que pueden implicar. Está claro que no hay (o no hay solo) una motivación artística detrás de sus acciones. Esto es una industria. Una industria que se encuentra sobresaturada de productos sucedáneos y en la cual, para destacar, es necesario ofrecerle al público algo distinto, algo que nunca hayan visto antes.

Hay, de forma menos evidente quizás, otro tema que subyace en estas películas: todas se centran en un reparto muy reducido, que se encuentra en mayor o menor medida aislado o directamente encerrado. Incluso en el caso de ¡Nop!, que es la que presenta una mayor cantidad de personajes y locaciones (algo que puede permitirse por su presupuesto), los hermanos protagonistas viven alejados en medio del desierto y el miedo principal consiste en salir y mirar al cielo. Algo que no resulta casual, teniendo en cuenta que las tres fueron pensadas y/o ejecutadas durante el aislamiento impuesto debido a la pandemia de COVID-19. Something in the Dirt fue concebida por los directores durante la cuarentena y filmada en el transcurso de un año, por una docena de personas en total, en el departamento de uno de ellos. Deadstream entró en producción alrededor de abril del 2020, apenas comenzada la pandemia. Jordan Peele escribió ¡Nop! en la soledad del confinamiento y comenzó a rodar en julio del 2021, ni bien se levantaron las restricciones. No obstante, a diferencia de otros ejemplos que se pudieron ver en 2022 como Kimi: Alguien está escuchando (Kimi, 2022), Glass Onion: Un misterio de Knives Out (Glass Onion, 2022) o Pearl (2022), que referencian la pandemia (o al menos una pandemia) explícitamente, la influencia de la cuarentena en estas películas es menos directa. Existe una sensación tácita de encierro y aislamiento, pero esta no forma parte de las tramas. Parece tratarse más bien de una suerte de aceptación del estado de las cosas.

 

A diferencia del 2020 y el 2021, en donde la inmensa mayoría de los estrenos correspondió a películas realizadas o concebidas con anterioridad a la pandemia, el 2022 fue el primer año en el que mucho de lo que se pudo ver realmente dió cuenta de este suceso. No solo en cuanto a lo específico del aislamiento, que afectó a las producciones de diversas maneras, si no a lo que significó y significa para el cine como industria de entretenimiento. Estas tres películas se hacen eco de esto, coincidiendo en varios puntos. En primer lugar, más allá de sus diferencias en presupuestos, escalas y aproximaciones, parecieran querer recordar lo que el cine pretende en esencia: presentar lo que no creeríamos real como tal. Pero no sin una mirada crítica, condenando la búsqueda del espectáculo a cualquier costo: absolutamente todos los personajes se ponen en riesgo a tal fin, mayormente con resultados funestos. Por otro lado, existe también un comentario sobre las nuevas tecnologías, plataformas y maneras de ver el cine y el entretenimiento en general. En ¡Nop!, frente a la obsolescencia de los medios digitales, el fílmico aparece al rescate (algo con lo que la propia película, rodada en 65mm y pensada para ser vista en I-MAX, es coherente). En Something in the Dirt eligen el documental, un formato tradicionalmente cinematográfico, por sobre otros medios actuales como un podcast o un canal de YouTube, que confiesan no entender. Poco después, en un momento de ironía metarreferencial, discuten sobre el circuito de festivales y la posibilidad de vendérselo a Netflix. El protagonista de Deadstream, por otra parte, vendría a representar a la cultura de las redes sociales y los creadores de contenidos como formas de entretenimiento, constantemente preocupado por la desmonetización de su transmisión. Pero la película no necesariamente comulga con él; más bien se ríe de eso. Y no es la única. Ante un panorama en el que el cine como expresión artística y espectáculo colectivo pareciera estar perdiendo terreno frente a su valor como producto, no es casual tampoco que en los tres casos se combinen los diferentes componentes de género (terror, ciencia ficción o fantástico) con considerables dosis de humor. Como diría cierto personaje de pelo azul, “En un momento así, solo se puede reír”.

– Acá pueden ver los textos de todos los alumnos del Laboratorio de Críticas –

Laboratorio de critica N7