En presencia del diablo: el miedo a lo inevitable
Por Jorge Pinzón
En virtud de los nombres de las películas
La traducción de los títulos de las películas estrenadas en la República Argentina, suele producir polémica. Hay incluso un documental llamado Un importante preestreno (2015), dirigido por Santiago Calori, que aborda este tema, pero desde la perspectiva de como los distribuidores a partir de ciertos títulos peculiares, pudieron sortear la censura en los distintos gobiernos militares del país en el siglo XX. Pero cabe decir que esta polémica va más allá de los problemas de censura. De manera subjetiva y sumamente arbitraria, se podría dividir estas traducciones en tres grupos: los títulos que son una traducción directa, los que explicitan y adelantan lo que va suceder en la película empeorando el nombre original, y los casos extraordinarios en el cual su traducción vernácula es mejor que el titulo original del film.
Utilizando el cine de terror para ejemplificar, se puede agrupar en el primer grupo a películas como: El exorcista (The Exorcist, 1973), La profecía (The Omen, 1976), El bebe de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968), todos clásicos del género. En el segundo grupo pueden ir: El legado del diablo (Hereditary, 2017), Melanie: apocalipsis zombie (The Girl with All the Gifts, 2016), o La noche del demonio (Insidous, 2010), todas traducciones que explicitan aspectos fundamentales de las películas de manera innecesaria, y que distorsionan los conceptos de los títulos originales. Para finalizar queda el tercer grupo el cual conforman películas como: El enigma de otro mundo (The Thing, 1982), Transilvania mi amor (Innocent Blood, 1992), y probablemente el caso más paradigmático de este grupo, Venecia rojo shocking (Don’t look Now, 1973). Cada uno de estos casos amplia los horizontes de los títulos originales, y los supera ampliamente de manera estética. Siendo el nombre de la película de Nicolas Roeg el gran orgullo de los títulos traducidos no solo en la Argentina, sino también en Latinoamérica toda.
Lo llamativo en la película que da forma a este artículo tiene que ver indisimulablemente con su nombre, y las variaciones que adquiere en las distintas latitudes. Al ser una película coreana su nombre original obedece a su idioma de origen, el cual traducido es: Gokseong. Nombre del pueblo en donde suceden los sucesos narrados. Este pueblo, con sus formas, sus paisajes, sus relatos y sus creencias, es parte fundamental de la película, a tal punto que se podría decir que la película es, a partir de este pueblo. Por eso la decisión de su director, el magnífico Na Hong Jin, y de sus productores de darle este nombre es más que precisa. La distribución en el país de España le puso: El extraño que hace alusión y pone el peso en uno de los personajes principales del film, el visitante japonés. Esta otra forma de abordar el título de la película, tiene sus buenas justificaciones y hasta estéticamente es un buen título. En Estados Unidos se eligió otro nombre en donde la acepción cambia nuevamente: The Wailing, que puede traducirse como Los lamentos, y marca cierto carácter desolador del film en cuestión. Esta denominación relativiza lo que sucede en el film y es un poco más imprecisa.
Lamentablemente la nota la da la distribución argentina y latinoamericana, que elige el infame nombre de En presencia del diablo (2016), que no solo cuenta desde el título, algo que en la película se pone en suspenso en más de una oportunidad, adelantándolo. Sino que pretende ser lo más explícito posible subestimando a sus posibles espectadores. Probablemente la marketinera “diablo” para la elección de títulos de películas de terror distribuidas en Argentina, sea una salida fácil en detrimento de acercar al espectador a títulos que sean más precisos y que complementen lo que se va ver en el film.
A propósito del miedo
“Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” Lucas 24-37-39
Una de las principales nociones en el inconsciente colectivo del terror, ya sea literario o cinematográfico, tiene que ver con “el miedo a lo desconocido”. Para describir cabalmente a En presencia del diablo, habría que ampliar dicho apotegma con la idea del miedo a lo inevitable. Porque la sensación, al ver dicho film, es la de una estado de podredumbre que no deja de empeorar. Esto se ve claramente en los sucesos que narra la trama, pero se deja sentir muchísimo más, en las operaciones formales que Na hong Jin utiliza para su realización. El montaje, la fotografía, el arte, el maquillaje, la música y principalmente, la puesta en escena, ayudan a que las esperanzas al ver la película sean un sentimiento con muy poco recorrido.
En un pueblo rural del interior de Corea del Sur, suceden una serie de crímenes atroces en los cuales los victimarios adoptan una apariencia física y mental de “zombificacion” asesinando a toda su familia. Los habitantes de Gokseong atribuyen esta serie de crímenes a la llegada de un forastero de origen japonés (Jin Kimura) al cual vinculan con relatos referidos a demonios. En este marco un policía llamado Jong Gu (Kwak Do Won) es el encargado de investigar los crímenes, mientras esta zombificacion comienza a manifestarse en su hija. A los acontecimientos se sumaran tres importantes personajes: un aparente chaman, una misteriosa mujer y un aprendiz de cura.
La fotografía a cargo de Hong Kyung Pyo, director de fotografía de la afamada Burning (2018) también narrada en un ambiente rural, maneja los tiempos del relato. Utiliza como planos generales de transición campos y las grandes montañas, haciendo de todo este sitio, parte central de la película. Los planos, generalmente abiertos, son absolutamente preciosistas sin dejar de ser precisos en lo que pretender contar. Estos aspectos hacen no solo a lo estético, sino también a la propia puesta en escena pensada por el director.
Para seguir con la puesta en escena, hay tres escenas que podrían trazarse como vasos comunicantes, ya que concentran el mayor peso narrativo de la película. La escena del allanamiento ilegal al hogar del forastero japonés, en donde se descubren sus altares con cabezas de animales y las fotos de sus víctimas en la pared, es aterradora. El tiempo que utiliza el director para narrar esa escena se contrapone a la urgencia que se siente al sentir que el dueño de casa puede llegar en cualquier momento, el montaje paralelo con un perro que esta por zafarse de su cadena para atacar a los inesperados visitantes, refuerza la sensación de angustia. El siguiente momento en el que varios factores del film parecen concluir es en la escena del ritual, con el objetivo de dar muerte a supuesta deidad maligna. La acción transcurre en tres lugares distintos. En el patio de la casa de Jong Goo se encuentra el chamán Il Gwang (Hwan Jung Min) con todos sus sirvientes, mientras que en una habitación con su madre y abuela esta la hija de Jong Goo. En paralelo en su casa, el forastero japonés lleva adelante un ritual que incluyen sacrificios animales. Il Gwan lleva adelante el ritual el cual consiste en una performance, la cual se ve acompañada por unas percusiones. El montaje paralelo va ser la herramienta visual por la cual Na Hong Jin va a unir esa escena, con el padecimiento físico de la niña, y con el ritual del japonés el cual no puede terminar ya que queda moribundo. La familia de la niña pide al chaman frenar el ritual, y el resultado es confuso. La velocidad e intensidad con que todo esto ocurre va in crescendo. La potencia de esta escena hace que la misma pueda ser vista casi como un cortometraje, ya que la atracción visual que genera es abrumadora.
El desenlace no termina de llegar, el suspenso comienza a apoderarse de todo y no se termina de saber quién es quién, y que intenciones tiene cada uno de esos personajes. Las escenas finales siguen a Jong Goo quien debe decidir si creerle al chaman Il Gwan, o si confía en Moo Myung (Chun Woo Hee), una misteriosa mujer de la que nada sabe. La disyuntiva es volver o no a su casa. El montaje paralelo nuevamente vuelve a ser el mejor partener del suspenso, y al mismo tiempo el joven aprendiz de cura Yang Yi Sam (Kim Do Yoon), vuelve a visitar al japonés. Al no haber nadie en su casa, se dirige a la parte trasera del terreno topándose con una cueva. Las secuencias que siguen probablemente sean de las escenas de terror más definitivas de este siglo. Tanto la cueva como la casa de Jong Goo se asientan como dos lugares en donde el horror ha ganado su batalla. Y el terror adquiere, en la figuración final, su faceta más absoluta y desoladora, confirmando esa sensación de inevitabilidad que tanto miedo da.

– Acá pueden ver los textos de todos los alumnos del Laboratorio de Críticas –