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Los hombres que sabían demasiado

Todos los hombres del presidente y El informante 

Por Claudio Marcelo Mion

 

Según el sitio de Wikipedia “el periodismo de investigación es aquel que se realiza a través de la iniciativa y el trabajo del periodista sobre asuntos de importancia que algunas personas u organizaciones desean mantener en secreto”. Esta definición enciclopedista y bastante resumida aplica a varias películas que tratan estos temas y que siempre incluyen al principio el cartel “Basada en una historia real” y la suerte de los protagonistas al final. Entre varios títulos que podemos mencionar tenemos a El Ciudadano (Citizen Kane, 1941), Zodiaco (Zodian, 2007), En primera plana (Spotlight, 2015), The Post: los oscuros secretos del Pentágono (The Post, 2017), entre muchas otras. Aunque en forma especifica la tarea del periodista en varias de éstas películas no sea poner en evidencia las actividades delictivas de una organización (en el caso de El ciudadano la narración sigue al periodista que quiere saber porque Charles Foster Kane pronunció la palabra “Rosebud” antes de morir y los de Zodiaco intentan desentrañar el destino de un asesino serial) hay dos que si  llevan a que se expongan a la luz pública los entramados de un gobierno y de las corporaciones, y son Todos los hombres del presidente” (All The President’s Men, 1976) de Alan J. Pakula y El informante (The Insider, 1999) de Michael Mann

Todos los hombres del presidente (de la cual la película de Spielberg funciona como una precuela y homenajea en su plano final) cuenta la historia a partir de la detenciónde cinco hombres por un robo cometido en las instalaciones del edificio Watergate, sede del Comité Nacional del partido demócrata de EE.UU. en junio de 1972 y la posterior investigación que llevan a cabo los periodistas del Washington Post, Carl Bernstein (Dustin Hoffman) y Bob Woodward (Robert Redford). Ambos reporteros siguieron la noticia al descubrir en el hecho las implicaciones de la Casa Blanca y de ex agentes de la CIA y el FBI durante la presidencia de Richard Nixon.Los resultados de la investigación lo llevaron a presentar su renuncia poco tiempo después de su reelección en 1974.

Alan J. Pakula, director de Mi pasado me condena (Klute, 1971), La decisión de Sofía (Sophie’s Choice) y Se presume inocente (Presumed Innocent), entre otras, trabaja el guion muy preciso y esquemático de William Goldman (Butch Cassidy) en forma más parecida a un documental que a un film de ficción, siguiendo el trabajo de Bernstein y Woodward las 24 horas del día. No conocemos nada de sus vidas privadas. En principio Woodward, con muy pocos meses en el diario, fue llevando la investigación, pero al notar la trascendencia del hecho logró que Bernsteinse asociara para formar un equipo. Los editores eran algo reacios con la tarea de ambos. “No me interesa lo que piensas, me interesa lo que sabes” le dice Benjamín Bradlee (Jason Robards) a Woodward, pero con el correr del tiempo y en función de las pistas y la información obtenida, deciden apoyarlos, y lo más importante, permitieron que se publique en la primera plana del diario. El teléfono fijo, hoy desaparecido de la vida diaria, es fundamental en la mayoría de las escenas y en la tarea minuciosa de los periodistas por recabar información. Dala impresión que sin él no hubiese sido posible descubrir el escándalo. 

Hay en el tono de Pakula un estilo sobrio, austero, sin grandes virtudes cinematográficas. Sin embargo, hay un trabajo muy inteligente sobre el sonido que es siempre poner en primer plano el trabajo sobre las maquinas de escribir, muy por encima de los diálogos, un simbolismo muy preciso para poner en el foco el poder de la escritura. Y en sintonía con el contexto paranoico de la época son muy logradas las escenas en que el personaje de Robert Redford se encuentra con su informante apodado “garganta profunda” (Hal Holbrook), fuente secreta de información identificada con ese alias (se supo muchos años después que era un director asociado del FBI, Mark Felt).

También hay periodistas y editores en El informante, pero en este caso el objetivo de la investigación no es el gobierno sino una empresa. Michael Mann (Colateral: lugar y tiempo equivocados) venia de realizar su obra maestra “Fuego contra Fuego” en 1995 y encontró en el artículo «The Man Who Knew Too Much» de la revista Vanity Fair de 1996 el material para su próxima película. Con guion de Eric Roth (Forrest Gump) el film se centra especialmente en dos personajes. Jeffrey Wigand (Russel Crowe) es científico de Brown & Williamson, la tercera corporación tabacalera norteamericana, y es despedido porque, precisamente, sabe demasiado. Los ejecutivos temen que cuente que han agregado un químico a la nicotina que potencia su adicción. Es en ese punto donde aparece Lowel Bergman (Al Pacino), productor periodístico del programa 60 minutos de la cadena CBS, que pone a Wigand en una encrucijada moral ya que le va brindar protección jurídica a cambio de que otorgue una entrevista exclusiva al conductor de programa Mike Wallace (Christopher Plummer) y que testifique en eljuiciode varios estados contra la tabacalera. El núcleo del conflicto es que ha firmado un acuerdo de confidencialidad, y esto provoca que la divulgación de la información ponga en riesgo a CBS ya que Brown & Williamson podría accionar contra la cadena de televisión.

A diferencia de la película de Pakula, los personajes si tienenuna faceta más humana. En palabras de Mann: “mi idea básica fue centrarme en ese conflicto humano íntimo, que se establece entre los dos hombres. Me atrajo la asimetría entre ambos y sus respectivos caracteres caóticos”. Wigand lo tiene todo: una hermosa casa, familia, un automóvil de lujo. El director plantea en forma muy inteligente ese debate interno, intimo, sobre si seguir adelante con lo que le plantea Lowell y que pondrá en riesgo su futuro. Mann muestra al Lowell de Pacino como un personaje ambiguo, con matices. Él es el que está detrás de las cámaras y la estrella del programa es Wallace. La lucha de Wigand contra sus demonios internos y la corporación, es la que lleva a Bergman a enfrentarse con los editores y también contra el propio Wigand al enterarse lo que le ha ocultado de su vida privada.“No me alcanza con que digas la verdad” le dice en una de las muchas charlas que tienen por teléfono, que al igual que en la película de Pakula se transforma en la herramienta fundamental del periodista como fuente de información. En una escena brillante Wallace deja expuesto a Bergman frente los editores de CBS diciendo que está de acuerdo con ellos en no emitir la entrevista, aunque después al filtrarse en la prensa lo que pasaba en la emisora, cambia de actitud frente a sus empleadores y con el propio Bergman.

En un mundo de intereses cruzados (los de Wigand, los de Lowell y de la CBS por miedo a enfrentarse a una corporación poderosa), Mann trabaja el conflicto con todos los recursos cinematográficos a su alcance: un uso notable de la cámara en mano, la fotografía mostrando las luces y sombras de cada personaje, el manejo del suspenso con la paranoia de Wigand en varias escenas (la persona que lo acecha a la distancia cuando está jugando al golf es el mejor ejemplo) y el montaje siempre al servicio de la acción en diálogos que por la acumulación de nombres y datos hubiesen resultado confusos.

Hay algo que en ambas películas se muestra de igual forma, y es la fuerza del periodismo para cuestionar, incomodar, en llevar a la justicia actos de las personas o de los gobiernos reñidos con la moral. Pero los resultados sobre las personas involucradas no es el mismo y eso es muy evidente en el final. En Todos los hombres del presidente un plano general de la redacción del Washington Post muestra a los dos periodistas trabajando en su máquina de escribir y en el mismo plano un televisor muestra las imágenes de la asunción de Ricard Nixon en su segundo periodo presidencial. Pakula vuelve a repetir el efecto sonoro de las máquinas de escribir sobre las salvas de cañones que saludan al nuevo presidente, de allí pasa a un primer plano de un teletipo de ese entonces que muestra las fechas de la dimisión de los diferentes políticos que dejó el escándalo, finalizando con la renuncia de Ricard Nixon el agosto de 1974. Bernstein y Woodward se transforman en héroes (el segundo con sus 79 años sigue trabajando en el Post en la actualidad). En cambio, en El informante, y aunque las tabacaleras pagaron indemnizaciones por más de 246.000 millones de dólares, el final supone un destino algo amargo para Bergman y el propio Wigand. En otra escena notable antes de los títulos finales, y a pesar de lograr que el programa se emita y haber derrotado a los “Los siete enanos” (los dueños de las tabacaleras que declararon bajo juramento que la nicotina no provocaba adicción), Bergman le dice a Wallace una frase que suena a despedida: “lo que se ha roto aquí no se puede arreglar”, y realmente fue así, ya que no trabajó más en CBS. Mientras que Wigand, tras haber perdido a su familia y a punto de haber ido a la cárcel, no pudo acceder más a ningún empleo en la industria y aún sigue dando clases de química como profesor de escuela.

– Acá pueden ver los textos de todos los alumnos del Laboratorio de Críticas –

LABORATORIO DE CRITICA NRO 2