Seleccionar página
Una misma forma de pensar y narrar el cine: 

El fondo del mar y Los paranoicos

Por Jorge Pinzón

La hermandad

Quienes hayan tenido la oportunidad de ver El fondo del mar (Damián Szifrón, 2003), y Los Paranoicos (Gabriel Medina, 2008) habrán sentido una sensación a la cual es difícil escaparle: las películas se parecen mucho una a otra. El hecho más superficial, pero también más irrefutable, es que están producidas por la misma productora (Aeroplano), y protagonizadas por el mismo actor, el maravilloso Daniel Hendler. Las historias de dos tipos aparentemente mediocres, pero con una genialidad opaca que poco pueden hacer para manejar su vida, emparenta rápidamente a los  dos films. Pero, aunque pueda sonar trillado, es solo la punta del iceberg de esta idea que tiene que ver no solo con las similitudes, sino también con el vínculo de hermandad que existe entre las dos. 

Para desarrollar esta idea de “películas hermanas”, es inevitable comenzar por sus respectivos directores y por la que fue su casa de estudios: la UCINE (Universidad del cine), mejor conocida como FUC, siglas que devienen de su primigenio periodo como fundación. La FUC, universidad nacional de gestión privada fundada en el año 1991 por el director de cine, y presidente del INCAA durante el mandato del presidente Raúl Alfonsín (1983-1989), Manuel Antín (Don Segundo Sombra 1969); fue donde estudiaron muchos de los cineastas del Nuevo Cine Argentino. Entre ellos Damián Szifrón y Gabriel Medina. Estos dos directores, además de ser compañeros en la FUC, trabajaron juntos de manera profesional en El fondo del mar, en donde Szifron dirige y Medina oficia de asistente de dirección. No es casualidad que estos dos directores tengan ideas e inquietudes similares en lo que están narrando, como así también en su forma de narrarlo, en un periodo de tiempo similar y en sus dos óperas primas.

Para profundizar la relación entre estas dos obras cinematográficas, no se puede dejar pasar por alto a una triada muy particular, vinculada al apartado técnico. El director de fotografía Lucio Bonelli, el montajista y director Nicolás Goldbart (Fase 7, 2010), estos dos también estudiantes de la FUC, y el compositor Guillermo Guareschi, repiten funciones en las dos películas. Entonces la sensación de similitud ya no solo se explica por un guion, por un actor, por una productora, o por la relación entre sus directores: este trio de artistas técnicos moldea estética, sonora y musicalmente la estructura de los dos films. Lejísimo de la idea de copia o plagio, El fondo del mar, y Los paranoicos, construyen y contagian, visual, narrativa y –hasta- argumentalmente una sensibilidad casi idéntica. 

 

Hendler y la aparente mediocridad del genio

Los protagonistas de estas dos películas, llevados a cabo por el actor uruguayo: el Ezequiel Toledo de El fondo del mar, y el Luciano Gauna de Los paranoicos, son personajes extremadamente parecidos. Su similitud es tan grande, que incluso, se los podría ver como un solo personaje. Un solo personaje, que cambia de nombre, pero que protagoniza dos historias en un mismo universo creado. La primera utilizando elementos del suspenso, y la segunda de la comedia negra.

 Tanto Toledo como Gauna, persiguen amores esquivos, tienen de oponente, a personas que los opacan, persiguen obsesiones, creativas y profesionales, que atraviesan de principio a fin los dos films. El inseguro y obsesivo de Toledo cree que su novia Ana (Dolores Fonzi), no lo quiere y lo está engañando. Al descubrir efectivamente esta infidelidad, en un maravilloso plano que sigue el rastro de unas ropas tiradas al costado de la cama y que termina con un zapato y una mano saliendo debajo de la misma, Ezequiel emprende un raid de locura que lo lleva a perseguir ciertas pistas para dar con el sujeto en cuestión. Un Gustavo Garzón, magnifico como despreciable. Y que funciona como sombra que conmueve el mundo de nuestro protagonista. Pero Toledo no es solo un maniático obsesionado con su novia, y con saber de dónde salió este tipo tan despreciable; las preguntas que le hace al personaje de Garzón para saber dónde conoció a su novia son de lo más gracioso de la película. También es un estudiante de arquitectura con ideas interesantes e innovadoras, que tienen que ver con un hotel submarino, que no puede terminar de plasmar. El personaje de Hendler no recompone su relación con Ana que tibiamente se siente interesada por el nuevamente, pero recupera cierta aura ganadora y carismática, que se evidencia tanto en la conclusión de su proyecto de hotel submarino, como en esa última escena en la cabina telefónica.

El personaje de Luciano Gauna tiene un aura de mediocridad aún más explícita que Toledo; trabaja infelizmente como animador de fiestas infantiles, y se ve acosado por la irrupción, no del fantasma de un amante, ya que es soltero, sino por la irrupción de un viejo amigo. El exitoso Manuel funciona como doppelganger del mal, succionándole a nuestro protagonista cualquier tipo de energía o espasmo optimista. Le echa en cara que vive en una casa prestada por él, le roba sus ideas, crea un personaje de ficción con su nombre y apellido para humillarlo, y lo más importante; presume a su novia Sofía (inigualable Jazmín Stuart). Cabe señalar que la trama de la exitosa ficción de Manuel tiene mucha similitud con la de Los simuladores (2002-2004) súper premiada serie de Szifron en la vida real, y se titula Los Paranoicos. Recurso muy similar al utilizado por Christensen en Los Pulpos (1948). Como su par de El fondo del mar, Gauna, también persigue una obsesión. El guion de un proyecto audiovisual que no puede terminar, y que atraviesa todo el film, al mismo tiempo que lo va definiendo como personaje. La suerte de Gauna va a cambiar a partir de la química que empieza a tener con Sofía, y que se evidencia en dos enormes escenas. Una pelea de boxeo en una consola de videojuegos, que Gauna le gana a Manuel; y una escena de baile absolutamente hipnótica y lisérgica, que termina con la humillación de Manuel, y qué sella definitiva y maravillosamente la relación entre Gauna y Sofía. 

No son dos, son tres

A modo de bonus track es necesario citar: Fase 7, de Nicolás Goldbart. En dicho film, también protagonizado por un insoportable y mediocre Daniel Hendler, que tiene de compañera de vida a Pipi (de nuevo Jazmin Stuart); se repite la productora y la triada técnica. Un virus pandémico pone en juego las vidas de un grupo de personas que vive en un edificio de Buenos Aires, con una utilización del humor muy similar a las dos películas anteriores. Completando esta arbitraria trilogía de géneros, indispensable para pensar el cine argentino de la primer década de los años dos mil.