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Sectas en el cine 

El hombre de mimbre y Midsommar: el terror no espera la noche

Por Martín Vivas 

Desde hace décadas, las sectas y todo lo referido a aquellas ha ido ganando espacio en los medios masivos de comunicación. Recordemos el caso “Jonestown”, comunidad religiosa situada en Guyana, que concluyó con el suicidio masivo de 1978. O el “Movimiento Rajnish”, la secta de Osho, que luego de establecerse en Oregón, Estados Unidos, promovió atentados y llegó a ser reconocida como ciudad bajo el nombre de Rajnishpuram. Pero quizás el modelo de secta paradigmático sea el de la “familia Manson”, cuyos integrantes asesinaron en 1969 a la actriz Sharon Tate. En Argentina se destacan el caso de “Los niños de Dios”, sede de la congregación estadounidense situada en la ciudad de Pilar, acusada de corrupción de menores en el año 1993 y el del riojano “maestro Amor”, condenado en el 2014 a 14 años de prisión por violaciones a infantes. 

Paralelamente, existe un morbo del público por acercarse a estas historias. Miles de notas en revistas y diarios, noticieros y programas enteramente dedicados a la temática son prueba de ello. Hay un retorcido interés por parte del espectador en querer conocer los mínimos detalles de la forma de vida sectaria en sus aspectos morales, sexuales, sociales, culturales, etc. Este atractivo ha sido bien receptado por el cine que encaró la cuestión de dos formas: el documental y el terror. Dentro del último grupo se encuentran El hombre de mimbre (1973) del inglés Robin Hardy, único hit del director, y Midsommar: el terror no espera la noche (2019) de Ari Aster, cineasta estadounidense que ya se había destacado con El legado del diablo (Hereditary, 2018). Ambas pueden ser enmarcadas dentro del género horror folclórico.

La primera cuenta la historia de un policía inglés que llega a una comunidad con el fin de investigar la desaparición y posible asesinato de una niña. En cambio, Midsommar: el terror no espera la noche es sobre un grupo de amigos que viajan al lugar donde habita una agrupación sueca para asistir a la celebración de verano. Sin embargo, hay una peculiaridad que las conecta. En ambos films el relato transcurre en lugares muy apartados de la ciudad y del contacto con el resto de la sociedad. Un pueblito en una isla y una comuna en el medio de un bosque (otra especie de ínsula) a la que se llega primero en auto y más tarde caminando, los alejan de la civilización. Esta cuestión definirá aspectos fundamentales del hilo diegético. Por un lado la soledad en que se encontrarán los protagonistas, aislados en un mundo que les es ajeno, y por otro el pleno control de la situación y del desarrollo fáctico por parte de los sectarios. En el comienzo ya se anticipa el final: no existe escapatoria.

A medida que las películas avanzan los protagonistas se verán enfrentados a prácticas impropias a su vida en sociedad. Dani (Florence Pugh) y sus amigos asistirán al suicidio de una pareja de ancianos que saltan de un acantilado. Esto es perfectamente válido para la secta, que lo entiende como un ritual que todos deben realizar a la edad de 72 años como fin de su ciclo vital. Lo mismo sucede en El hombre de mimbre. El Sargento Howie (Edward Woodward) chocará frente a los hábitos de la gente de Summerisle, claramente en contra de su educación cristiana. El paganismo se expone ante sus ojos, y parece que lo único que no se le da a conocer son las razones de la desaparición de la joven Rowan. Toda secta oculta uno o varios secretos, así lo aparente es sólo una pantalla para el que llega al lugar.

La sexualidad es expuesta con plena desinhibición. Esto horroriza al policía que lo entiende como una provocación. Los intentos de seducción por parte de los miembros de la secta, que también aparecen en Midsommar: el terror no espera la noche, revitalizan los sentimientos de deseo y represión en el célibe Howie que golpea las paredes de su dormitorio antes que ceder a la tentación. Esta virginidad será determinante para su futuro. La fertilidad es otro concepto que abordan ambas películas. Mientras en el film de Ari Aster el novio de Dani, Christian, es invitado a un ritual sexual público y colectivo, en Summerisle existe una especie de liberación sexual, aflora lo  dionisíaco. Los sectarios visten ropas blancas generalmente, hacen uso de disfraces o son decorados con flores. La danza y la música constituyen el marco ideal para la ejecución de los rituales donde brotan las pasiones de los participantes, que sin tabú se entregan en cuerpo y espíritu a la ceremonia.     

Las dos películas trabajan el terror a plena luz del día. Los rituales sectarios son ejecutados en el horario vespertino. Así en El hombre de mimbre las jóvenes bailan alrededor de una fogata, como si se tratara de un aquelarre, y los niños entonan una melodía sobre la reencarnación alrededor de un árbol. En Midsommar: el terror no espera la noche tanto el ritual previo al suicidio de los ancianos como el concurso de la Reina de Mayo son practicados bajo los rayos solares. Esta predilección por la luz antes que la oscuridad subvierte el canon del género, logrando un mayor impacto en el espectador acostumbrado a que el horror sobrevenga de noche. 

La idea del sacrificio se encuentra presente en ambos largometrajes. Las sectas lo dedican a sus dioses, una ofrenda para agradecer y pedir por las futuras cosechas. Tanto Dani, sus amigos y el policía Howie son engañados y sus cuerpos constituirán el verdadero presente para las divinidades. Éste último será conducido por la fuerza y encerrado dentro de una construcción de madera, que no se exhibe hasta los minutos finales de la película, y que más tarde será incinerada. Allí muere el protagonista junto a varios animales domésticos. En Midsommar: el terror no espera la noche los sacrificios también son quemados pero dentro del templo que, a diferencia del “hombre de mimbre”, está a la vista de todos desde el momento de la llegada a la comunidad. No obstante, el final de Dani es otro bien distinto. Deja atrás la tragedia familiar y la relación con su novio Christian, encuentra su lugar como sectaria en la comunidad y no es asesinada como el resto. 

Por último, es necesario destacar que El hombre de mimbre y Midsommar: el terror no espera la noche son films que exponen de forma certera el choque de culturas. La cosmovisión de los personajes entra en debate y genera el conflicto en los relatos, demostrando la multiplicidad de tradiciones existentes alrededor del mundo. Y que su contacto puede resultar un punto de partida para todo cineasta, no sólo por el morbo y seducción que la temática genera sino por la condición de inminente peligro, alimento del que se nutre el terror.

– Acá pueden ver los textos de todos los alumnos del Laboratorio de Críticas –

LABORATORIO DE CRITICA NRO 2