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Los monstruos viven en la tele

Una conversación monstruosa entre «El enigma de otro mundo» (1982) y “Señales” (2002)

 

Es de noche, la habitación está a oscuras y los niños preparados para dormir:

— ¿Qué pasa que no te dormís, chiquitín? ¿Te duele algo? —balbuceo semi dormido.

—No me duele nada, tengo miedo. —responde mi hijo de cinco años en voz baja desde abajo de la sábanas.

— ¿A qué le tenés miedo?

—Imaginate… Imaginate que venga un monstruo mientras dormimos y nos quiera comer.

—…con dientez afiladoz… —agrega su hermanito menor acostado en una camita más chica y más cerca del suelo a su lado. 

—Nooo, chicos, tranquilos. Ya lo hablamos —les recuerdo— los monstruos viven en los libros y en la tele, no existen en la vida real.

—Cierto, si, tenés razón, viven en la tele — dictamina el mayor. 

—Hasta mañana papá —dicen casi a la par y se giran de cara a la pared.

Cierro los ojos, me acomodo y pienso que fue una buena idea instalar ese axioma para neutralizar cualquier temor infantil que pueda surgir en el hogar: “Los monstruos viven en los libros y en la tele”.

Mientras espero que se duerman, cierro los ojos, me cruzo de brazos y trato de recordar qué me dijeron a mí de chico al respecto. Dicen que el momento anterior a conciliar el sueño (vigilia) es aún un misterio para los investigadores: cuando la conciencia se empieza a desvanecer y el resto diurno comienza a hacer de las suyas. Será por eso que los pensamientos van en cualquier dirección y son confusos, como caminar en la niebla. ¿Qué sentimos, como adultos, realmente luego de haber consumido tantos monstruos en la ficción? ¿Es verdad esto de que “sólo” viven en la obra o en el medio?.

 

Los monstruos: terror y pasión

Desde los comienzos del cine existe una fascinación por retratar monstruos: demonios, seres sobrehumanos, mutantes, criaturas mitológicas, animales gigantes y un largo etcétera. Todo es válido para impresionar al público, la imaginación no tiene límites y por lo tanto las historias tampoco. Lo monstruoso es ajeno al espectador. Tiene algo no-humano que produce rechazo y miedo pero a la vez un magnetismo muy intenso que no permite despegar los ojos.

Al principio se produjo un salto de las obras literarias clásicas de monstruos a la pantalla grande, dando como resultado historias con personajes icónicos como Nosferatu (1922), Drácula (1931), Frankenstein (“El Doctor Frankenstein”,1931), El hombre lobo (“The Werewolf”, 1935), El hombre invisible (“The Invisible Man”, 1933) y La momia (“La momia”, 1932). Todos ellos abordando lo sobrenatural para provocar terror pero desde una estética con origen humano.

Otra fuente de “monstruosidad” en el cine dió lugar a las animales gigantes, historias con seres biológicamente ficticios como protagonistas: King Kong (1933) y Godzilla: Japón bajo el terror del monstruo (Gojira, 1954) son sus mayores exponentes. El universo de este “lagarto” radioactivo abrió además un catálogo completo de monstruos gigantes que compiten entre sí mientras aterrorizan humanos. El cambio de escala, la fobia a lo gigantesco desbloqueó un tipo diferente de rechazo que hasta tiene su propio nombre: megalofobia. 

El miedo a los monstruos no corpóreos o fuerzas malignas también tiene importantes antecedentes. Contrapone al humano con fantasmas, espíritus, maleficios y posesiones demoníacas. Podemos mencionar La mansión encantada (The Haunting, 1963), Candyman, el dominio de la mente (Candyman, 1992), la saga de Chuky, el muñeco diabólico (Child’s play de 1988). Por otra parte, títulos de tinte más religioso como El bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968), El exorcista (The Exorcist, 1973) y El Conjuro (The Conjuring, 2013). Los espíritus y su poder fuera del plano terrenal nos enfrentan a lo inexplicable y a adversarios muy complicados de “derrotar”.

También se pueden identificar a los “monstruos humanos”: personas normales, sin poderes sobrenaturales que, por alguna razón (en general por algún desorden psicológico), son incapaces de respetar las reglas de convivencia básicas de las sociedades modernas. Así es como nacen las historias de asesinos seriales y llegan a tener su máxima expresión en los archifamosos Freddy Krueger de Pesadilla en la calle Elm (A Nightmare on Elm Street, 1984) y Michael Myers de la saga Noche de brujas (Halloween, 1978) de John Carpenter. Pero sin duda, las películas que más miedo generan son aquellas que nos advierten, en general al final, que se trata de una historia “basada en hechos reales”. Como el caso de El estrangulador de Rillington Place (10 Rillington Place, 1971), El estrangulador de Boston (The Boston Strangler, 1968) y Zodiaco (Zodiac, 2007), por mencionar algunas. Los monstruos fueron reales aquí. Triplemente aterrador.

Como el lector ya habrá notado, muchas de estas ideas ya tienen más de un siglo y siguen apareciendo nuevas versiones, remakes, precuelas y secuelas cada cierto tiempo. Si bien los avances de la técnica pueden dar lugar a ejecuciones más realistas y precisas de esas ideas del pasado (no siempre es el caso), poner “monstruos” frente a la pantalla resulta tan efectivo que parece que la industria se niega a dejar de reciclar.

Finalmente, los “monstruos” pueden ser extraterrestres. Seres de otro planeta que, a pesar de no poder comunicarse con los humanos, dejan en claro su actitud hostil. Las inolvidables Alien: el octavo pasajero (Alien, 1979) y Depredador (Predator, 1987) hacen uso muy eficaz de esa inquietud. En tono de comedia podemos encontrar también a los simpáticos Gremlins (1984) y Critters (1986).

Los seres de otro mundo no responden a la lógica que usamos en la Tierra, ignoran deliberadamente las reglas que la humanidad construyó con el paso de los siglos. Esto los convierte en impredecibles y, por lo tanto muchas veces, aterradores.

¡Juira bicho!

En 1982, se estrenó El enigma de otro mundo (The Thing, 1982) del icónico John Carpenter, considerada hoy una gema única de la terror/ciencia ficción de todos los tiempos. El director ya gozaba de cierto renombre en ese entonces dado el relativo éxito de algunos de sus films previos: Asalto al precinto al 13 (Assault on 13th Precint, 1976), Noche de brujas y Escape de Nueva York (Escape from New York, 1981), entre otras. El enigma de otro mundo recibió críticas muy negativas en su estreno por parte de los expertos siendo definida como “basura” y “repugnante” consecuencia de un gore explícito y un guión laxo. Además, al ser comparada con el tierno ET de Spielberg, estrenada también en 1982, la película generó mucho rechazo general. Consiguió, sin embargo, ser destacada por sus logrados efectos especiales y ambientación. Finalmente, se convirtió en una cinta de culto cuando fue estrenada en formato video (VHS) y con el correr de los años fue reevaluada y abrazada por el público de manera definitiva. De la misma forma, grandes directores se han declarado fuertemente influenciados por este experimento de Carpenter en sus carreras. 

Una base científica estadounidense en territorio antártico es atacada por una forma de vida alienígena capaz de asumir la apariencia de sus víctimas. El grupo de hombres que allí trabaja será superado tanto física como (sobre todo) mentalmente por la amenaza de este parásito de otro planeta. Nuestro héroe, el piloto de helicóptero “Mac” (interpretado por Kurt Russell), será quien tome el liderazgo de manera natural en la guerra contra “la cosa” y, eventualmente, contra sus propios compañeros. El “monstruo” no se detendrá hasta conseguir lo que desea.

Precisamente veinte años después de El enigma de otro mundo, M. Night Shyamalan, estrena Señales (Signs, 2002), película que escribió y dirigió. Si bien era un joven de treinta y dos años no era ningún novato: para entonces ya tenía en su haber Sexto sentido (The Sixth Sense, 1999) y El protegido (Unbreakable, 2000). Ambos films contaban con un gran reconocimiento del público y la crítica que los hizo instalarse de inmediato en la cinefilia popular y colectiva. Llegó a ser denominado como “el nuevo Spielberg” por la prensa, apodo que conlleva unas expectativas difíciles de alcanzar. Para Señales, el director declaró haberse inspirado en elementos de obras maestras del pasado: El fenómeno sobrenatural de Los Pájaros (The Birds, 1963), la casa como refugio de La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968) y el manejo del suspenso de La invasión de los usurpadores de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1978).

La tranquila vida de la familia Hess se ve perturbada por la aparición de unas grandes marcas circulares en sus plantaciones de maíz. Mel Gibson interpreta al ex-reverendo Graham Hess quién se alejó de la iglesia luego de la trágica muerte de su esposa. Graham vive con sus dos hijos pequeños y su hermano (Joaquin Phoenix) en una gran casa rural en las afueras de Filadelfia. Ocurren algunos sucesos inquietantes luego de la aparición de las señales, no sólo en la granja sino también en el resto del mundo. La TV acerca noticias y teorías y lentamente se descubre que se trata de una invasión extraterrestre a gran escala. Poco se conoce sobre las razones de los invasores, pero alcanza con conocer sus intenciones para generar el conflicto. 

El monstruo de El enigma… es un ser despiadado que se nos presenta temprano en la película y en primer plano: va parasitando y tomando la forma del organismo de sus víctimas hasta destruirlos. Sangre, baba, tentáculos y dientes, todo unido por carne amorfa. Esa “cosa” va aterrorizando y eliminando uno por uno a los integrantes del grupo con escenas de gore explícito que aún hoy se valoran por su calidad y espectacularidad. Un dato no casual es que cerca del 10% del presupuesto de la película de Carpenter fue destinado al grupo de artistas encargado de dar vida a la criatura. Todo efecto práctico.

El combate cuerpo a cuerpo es la estrategia que los aliens en la película de Shyamalan parecen haber elegido. Poseen un aspecto humanoide súper desarrollado, siguiente el imaginario popular, y son capaces de dispersar un gas venenoso. Se los va presentando lentamente, con pequeñas intervenciones apenas. El espectador va descubriendo junto con los protagonistas de qué se trata esa invasión. Sólo vemos a un espécimen de cuerpo completo y con detalle hacia el final de la película. En este caso, parecen haber sido creados mediante una combinación entre vestuario, maquillaje y, mayormente, CGI (el cual no ha envejecido de la mejor manera).

Los films van de la mano en algunas cuestiones narrativas, por ejemplo: La primera víctima que se observa en pantalla es llamativamente coincidente, los atacantes asesinan a un perro. Asimismo el aislamiento, tanto en la base antártica como en la ruralidad de la casa de los Hess, es un condimento clave para construir el suspenso.

El grupo de hombres en el film de Carpenter tienen una relación militar, fingen sobreponerse “a lo macho” frente a la amenaza llevando a cabo distintos planes, pero todo termina siendo un gran “sálvese quien pueda”. El reverendo Hess en cambio tiene como absoluta prioridad proteger a su familia. Siente miedo y desesperación pero necesita ser fuerte para garantizar sus cuidados fraternales.

Otra interesante similitud entre las tramas es que, el piloto “Mac” y su tropa, descubren rápidamente que el fuego parece ser el método más eficaz para detener a la bestia. Por otra parte, Señales nos revela, hacia el final de la cinta, que el agua es el punto débil de los humanoides. Lo que indica una pobremente planificada invasión, considerando que cerca del 70% de la superficie de la Tierra está cubierta de este líquido. Dos elementos primarios de la vida en nuestro planeta son la clave para derrotar a los extraterrestres.

Dentro del mundo de la crítica se tiende a decir que, en la obra cinematográfica, “no hace falta explicar la trama con diálogos”. Los casos en los que ocurre esto, suelen interpretarse como una falta de pericia de los responsables de la película para expresarse “solamente” con recursos de cámara y sonido. Tanto la película de Carpenter como la de Shyamalan construyen el “suspense” de una forma progresiva y natural empujando al espectador a formar parte del grupo de amenazados (y sentirse uno), en cada caso con condimentos diferentes. Los flashbacks en Señales pueden ser considerados algo exagerados en su duración pero aportan lo necesario para la resolución de la trama.

Pero entonces, ¿dónde viven los monstruos?

El trauma que acompaña al reverendo Hess es tan profundo que le quitó su espiritualidad, quizás el bien más personal e intrínseco que un hombre pueda tener. Es perseguido por esos fantasmas interiores, que lo asfixian, desde mucho antes de la llegada de los aliens. Los sucesos de la película son leídos por él como las “señales” que necesitaba para que los cabos sueltos en su mente y su corazón vuelvan a unirse, generando una conversión.

La paranoia y la desconfianza entre los personajes en la historia de Carpenter atraviesan la pantalla y al espectador con la misma estocada. Las relaciones interpersonales se vuelven ásperas por el stress de la amenaza y rompen todo sentido de comunidad dentro del grupo. Hace crecer otros monstruos interiores a base de acusaciones y miedo. Hasta en la escena final encontramos ese escepticismo y esa contradicción que acompañó a nuestros agotados héroes todo el tiempo.

Entonces ocurre la magia: los “bestias” de otros mundos pasan a un segundo plano, la fibra más íntima de ambas películas es (y siempre fue) el ser humano. Los “monstruos” más aterradores tienen naturaleza interna.

Despierto sobresaltado con el cuello doblado en exceso. La lámpara de noche es lo único que ilumina apenitas la habitación infantil de mis hijos. La luz de led muy tenue proyecta unas extrañas sombras en escala de grises por todos lados.

—Parece que ya se durmieron— pienso, mientras trato de hacer foco con los ojos y oídos para asegurarme. Todo parece estar en orden y mi día finalmente se acerca a su cierre.

Voy a mi habitación a oscuras, en puntas de pié y me acuesto enseguida. De reojo me percato de un bulto a los pies de la cama que parece moverse. Me tapo con la colcha hasta la nariz como acto reflejo.

—Ja.. ja… hombre grande… —me digo a mi mismo con más ganas que convicción— …los monstruos viven en la tele… ¿o no?—.

Aunque tenemos muy en claro que nacen en la ficción, se quedan a vivir en nuestra memoria y crecen, los más bravos, dentro de cada uno.

La silla con una montaña de ropa encima todavía se debe estar riendo de mí.

 

– Acá pueden ver los textos de todos los alumnos del Laboratorio de Críticas –

LABORATORIO DE CRITICA NRO 2