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John Wick: Disparos a través del espejo

Por Alejandro Reys

 

Un héroe (heroína o grupo de tales), un conflicto que deberá resolverse mediante el uso de destrezas físicas que involucran la violencia y una serie de secuencias de acción repletas de efectos especiales. En términos generales, el cine de acción no ha variado a lo largo de su historia en cuanto a la presencia de estos elementos, aunque sí en la forma de presentarlos. En el cine de acción de Hollywood en particular, cada cierto tiempo pareciera surgir una película que, siendo la condensación de otros factores, marca un punto de quiebre en estos modos de representación, influyendo en las producciones posteriores del género. A un primer período, ligado al reaganismo y el ascenso del blockbuster y plagado de personajes superheroicos, Duro de matar (Die Hard, 1988) le opuso la figura del héroe falible y humano. Una década después, Matrix (The Matrix, 1999) trajo desde oriente las artes marciales de elaboradas coreografías y la acción hiper estilizada. Ya en el nuevo milenio y especialmente a partir de su segunda entrega, La supremacía de Bourne (The Bourne Supremacy, 2004), la trilogía protagonizada por Matt Damon introdujo una puesta de cámara mucho menos estilizada y más involucrada en la acción, con ciertas pretensiones de realismo. Cada una de estas películas pareciera ser, en alguna medida, una reacción a la etapa anterior. Pero los límites se vuelven cada vez más difusos, a medida que los elementos se van combinando libremente: el personaje de Bourne, por ejemplo, retoma el aspecto de infalibilidad, pero no el superheroico, la acción rechaza la elegancia en la puesta, pero mantiene las complejas coreografías, etc. Otra década debió pasar para llegar a un nuevo punto de inflexión. Sin control (John Wick, 2014) recurre a las figuras del antihéroe y el profesional infalible, por una parte, y recupera la acción hiper estilizada y las elaboradas secuencias de combate por otra. Pero, además, introduce otro componente en la mezcla: una estética neo noir de luces de neón, fuertes contrastes y colores saturados que, lejos de ser un factor meramente estilístico, guarda un valor narrativo.

 

John Wick (Keanu Reeves), un asesino profesional retirado, sólo ama dos cosas: su Mustang ‘69 y a Daisy, una pequeña cachorra de beagle, regalo de su recientemente difunta esposa. Cuando un grupo de mafiosos rusos entra en su casa para robar su auto y mata a Daisy, John decide volver a poner a práctica sus habilidades para cobrarse venganza. Para ello debe volver a adentrarse en el submundo criminal del cual se había alejado, donde se lo conoce con el apodo de baba yaga, el equivalente eslavo al cuco de los países hispanohablantes; un personaje mitológico con poderes sobrenaturales, sobre el cual se cuentan historias con el único fin de infundir miedo. Este detalle ya constituye una pista sobre la naturaleza del universo que propone la película: una criatura fantástica necesita de un entorno fantástico en el cual habitar.

El éxito del film probablemente se deba a una amalgama de distintos factores, imposible de reducir a un único aspecto. Pero es indudable que la construcción de mundo que realiza es uno de los principales. Aprovechando al máximo un presupuesto relativamente bajo para una película de este tipo, establece una rica mitología, que las sucesivas secuelas se encargaron de usufructuar. Mitología que siempre sugiere más de lo que muestra y que cimenta las bases de un submundo que, a pesar de ser muy similar al mundo real, no lo es. Un universo que se rige por sus propias reglas y tiene su propia historia, modo de gobierno y hasta sistema monetario. Donde, más allá de las actividades ilegales que se llevan a cabo, existe el mayor de los respetos por las lealtades y el profesionalismo. Donde es fundamental vestir elegantemente a la hora de asistir a un tiroteo. Y donde el quebrantamiento del código establecido se paga con la vida. Al igual que con la casa de Dorothy siendo llevada por el tornado o Sarah saliendo de la habitación de su pequeño hermano y entrando a los dominios del Rey Goblin, podemos ver el momento exacto en el que John ingresa (o más bien, regresa) a este mundo de fantasía. Durante los primeros 30 minutos de película la fotografía es totalmente desaturada, prácticamente monocromática. Al finalizar la primera secuencia de acción, sin embargo, suena el timbre y el plano es reemplazado por otro, invadido por una intensa y centelleante luz roja proveniente del exterior. Sobre ella, la silueta del protagonista se recorta en negro. Una imagen propia de las páginas de un cómic. John abre la puerta de su casa, es la policía. El oficial, al notar un cadáver en pleno pasillo, pregunta “¿Estás trabajando de nuevo?”, antes de retirarse deseándole buenas noches. John ha regresado. De ahí en más, la estética definida por ese plano se mantendrá durante el resto del film (y de las secuelas). Podría decirse que la estridencia y sobresaturación de las luces de neón es a Sin control lo que el technicolor a El mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939).


Un aspecto menos ostensible, pero no por ello menos fantástico, que contribuye a la creación de este submundo, es el manejo del espacio. Si bien afirma transcurrir en Nueva York, la película genera en realidad su propia versión distorsionada de la ciudad; algo que se ve acentuado exponencialmente en las sucesivas secuelas, pero cuyos preceptos se fundan en esta primera entrega. Mientras su geografía se ve desvirtuada, desafiando en los traslados entre diferentes locaciones cualquier tipo de elipsis, la arquitectura de sus edificios no responde a las leyes más elementales de la geometría. El ejemplo más acabado de esto lo constituye la sede del Hotel Continental, misteriosa institución que sirve de refugio a plena vista y brinda toda una serie de servicios al gremio de asesinos. Aunque el exterior es representado por un pequeño edificio en forma de cuña, situado en Wall Street, el interior alberga, además de las habitaciones, un club nocturno y un enorme lobby. Ni las dimensiones de este último, ni sus altos ventanales de múltiples niveles, se corresponden con la imagen exterior del edificio. Este tipo de incongruencias, totalmente intencionales, abonan la idea de una suerte de universo paralelo; la posibilidad de que detrás de cualquier puerta de aspecto intrascendente se oculte, inadvertidamente, todo un microcosmos de espacios y personajes singulares. Coincidentemente (o no tanto), uno de los primeros ejemplos de este concepto, bautizado por la serie inglesa Doctor Who como “trascendencia dimensional”, aparece en las fábulas de la mitología eslava, en la forma de una pequeña cabaña con patas de gallina, cuyo interior es en realidad un portal al inframundo. Una pequeña cabaña que pertenece al personaje conocido como baba yaga.

Sin control generó no solo una saga, cuya cuarta entrega tiene fecha de estreno prevista para marzo del 2023, sino también toda una serie de intentos por replicar su éxito. Atómica (Atomic Blonde, 2017), que comparte prácticamente todo el equipo creativo, y La villana (Aknyeo, 2017) fueron algunos de los primeros casos en aparecer. Pero, tras el estreno de la primera secuela, John Wick 2: Un nuevo día para matar (John Wick: Chapter 2, 2017), que recaudó más de 170 millones de dólares con un presupuesto de 40, la tendencia se ha acelerado: Furie (Hai Phuong, 2019), Nadie (Nobody, 2021), Cóctel explosivo (Gunpowder Milkshake, 2021), Jolt (2021), The Protégé (2021) y Kate (2021) son ejemplo de esto. Todas estas películas retoman varios de los aspectos mencionados al comienzo: la infalibilidad de sus protagonistas, las secuencias de acción de complejas coreografías y, especialmente, la estética (algo que se deduce con solo ver sus posters). Pero, al margen de los desparejos resultados, ninguno de estos intentos ha logrado, al menos hasta ahora, trascender demasiado; muchos incluso fueron un fracaso rotundo. La mayoría, sin el andamiaje de un universo complejo, de una mitología que admita cierta profundidad y deje lugar a la imaginación, se limitan a una réplica de lo superficial. Pareciera, sin embargo, que el público del cine de acción, a diferencia de lo que crean algunos, no se conforma solo con lucecitas de colores.

– Acá pueden ver los textos de todos los alumnos del Laboratorio de Críticas –

LABORATORIO N4