
Folk Horror: Fuerza natural Por Matías Carricart

Muchos son los miedos que se pueden experimentar tanto de forma individual como de forma colectiva. El cine no es ajeno a esto y supo tomar nota para su desarrollo explorando los miedos de la época. Uno de los subgéneros de las películas de terror más antiguos es el del folk horror. Para su origen hay que remitirse a 1922 cuando se estrenó La brujería a través de los tiempos (Häxan, 1922) de Benjamin Christensen, un falso documental sobre la brujería. La película se divide en cuatro partes, en las que se muestra el paso del tiempo de las brujas desde la época medieval hasta el momento del estreno. El director utiliza el recurso documental para mostrar la tensión que había entre la razón y la superstición. Se ponía en duda si el horror lo generaba el ocultismo y se planteaba que podía ser el desconocimiento el origen de estos miedos.
A pesar de su estreno, La brujería a través de los tiempos no generó una ola de películas de folk horror. Hubo algunas obras relevantes como Cita con el demonio (Night of the Demon, 1957) de Jacques Tourneu, pero para el primer movimiento consolidado hay que remitirse hasta Gran Bretaña a fines de la década del 60. En esos años se estrenaron tres películas: Cuando arden las brujas (Matthew Hopkins: Witchfinder General, 1968) de Michael Reeves, La piel de Satanás (The Blood on Satan’s Claw, 1971) de Piers Haggard y El culto siniestro (The Wicker Man, 1973) de Robin Hardy. Estas cintas compartían un mismo imaginario compuesto por aldeas y rituales paganos. Se abandonaba la modernidad de la ciudad para pasar a un lugar rural donde todo era descubrimiento y tensión. Pero la relevación también alcanzaba al espectador, que debía reconstruir las reglas de esa comunidad. Cuando arden las brujas muestra la caza de brujas durante la guerra civil inglesa en el Siglo XVII, en donde el miedo sobrenatural se impone con violencia. Por su parte, La piel de Satanás y El culto siniestro apuntan hacia la organización comunitaria. Ésta última es considerada la obra cumbre del género. La historia sigue al sargento Howie (Edward Woodward) que llega a la isla de Summerisle para investigar la desaparición de una niña. Pero, desde que llega al pueblo, se asombra con cada hecho que transcurre, sospechando de los habitantes. Lo que para esas personas es normal y natural, para el policía es algo que choca con la razón moderna y el orden católico. Los rituales festivos, los cantos y las reuniones sociales que se muestran con alegría, en realidad ocultan algo que no se sabe bien qué puede ser hasta el final. No se apela a la oscuridad ni a asesinatos explícitos. Todo transcurre a la luz del sol y juega con la mente del protagonista y del espectador.
A pesar de esta serie de películas británicas, el folk horror no logró hegemonizar el canon de películas de terror. En Estados Unidos perdió terreno con el slasher, aunque se pueden encontrar influencias en El loco de la motosierra (The Texas Chain Saw Massacre, 1974) de Tobe Hooper, como las características rurales y primitivas, pero de formas más violentas y explícitas. También hay que nombrar el gran éxito que fue El proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999) de Daniel Myrich y Eduardo Sánchez, que, como su antecesora La brujería a través de los tiempos, también utiliza un recurso falso, pero no desde el documental, sino de found footage, simulando ser el material recuperado de un grupo de jóvenes cineastas que investigaban la leyenda de la bruja de Blair.
El antecedente de El proyecto Blair Witch fue una muestra de dónde encontró refugio el folk horror: el cine independiente. En la década de 2010, el folk horror tuvo un notable resurgimiento con directores que toman las problemáticas originales (sectas, horror natural, supersticiones) pero vistas desde la realidad contemporánea. Algunas películas relevantes de esta época son Lista de asesinatos (Kill List, 2011) y A Field in England (2013) de Ben Wheatley, La bruja (The VVitch: A New-England Folktale, 2015) de Robert Eggers, El ritual (The Ritual, 2017) de David Bruckner y Midsommar: El terror no espera la noche (Midsommar, 2019) de Ari Aster. Todas poseen, en su cierta manera, las características principales del folk horror: entornos rurales, leyendas locales o cultos organizados. Los lazos sociales se ven corrompidos por un verdadero mal del que las personas son prisioneras. El ritual y Midsommar: El terror no espera la noche transcurren en un ambiente natural, pero mientras que en la primera hay una leyenda local, en la segunda interviene un grupo social que reproduce un sistema de creencias y en el que el sacrificio es una de las formas de mantener este orden. Por su parte, en La bruja, el fanatismo religioso de la familia protagonista domina por sobre la leyenda de la bruja y el aquelarre. Nuevamente, el miedo funciona como vehículo de la película. Fue tal el éxito de la crítica y la taquilla de Midsommar: El terror no espera la noche y La bruja que convirtió a sus directores Ari Aster y Robert Eggers respectivamente, en dos grandes nombres de la industria del cine actual.
El folk horror no se detuvo en estos años y continúa desarrollándose. Empty Man: Mensajero del último día (The Empty Man, 2020) de David Prior, Lamb (2021) de Vladimar Jóhannsson y La médium (The Medium, 2021) de Banjong Pisanthanakun son algunas de las cintas más relevantes de la década actual, aunque ninguna haya sido un éxito considerable. Pero el folk horror parece haber vuelto para quedarse, porque siempre hay una leyenda para contar y porque la actualidad siempre genera nuevos miedos que deben salir a la luz.



