
Sobreviven (1984): lo esencial es invisible a los ojos Por Martín Vecchio
En 1984, uno de los comerciales más conocidos de la campaña de reelección de Ronald Reagan indicaba: “Es una nueva mañana en los Estados Unidos”. Mientras el locutor hablaba de los logros económicos de la gestión, las imágenes mostraban personas yendo a trabajar, granjeros cosechando y hasta un chico repartiendo diarios montado en su bicicleta. Un país que, según se anunciaba, era “más orgulloso, fuerte y mejor”. Esta representación no solo buscaba remarcar que los cuatro años de mandato del exactor simbolizaban el regreso a una moral supuestamente perdida en las dos décadas anteriores, sino también enviar un claro mensaje: la batalla cultural contra el comunismo se iba a librar reforzando el american way of life.
Pero esas imágenes escondían otra verdad. Los actores que interpretaban ciudadanos encarnando el sueño norteamericano no eran más que avatares de un modelo económico y social que buscaba —y eventualmente conseguiría— cuatro años más en el poder. En este contexto, Sobreviven (They Live, 1988), de John Carpenter, funciona como una crítica al reaganismo, convirtiendo a los habitantes del planeta en pasajeros de una pesadilla que desconocen.
La película sigue a un vagabundo llamado Nada (Roddy Piper), quien llega a Los Ángeles en busca de trabajo. Tras un operativo policial en una iglesia cercana al asentamiento donde vive, descubre una caja de lentes de sol que le permiten ver que el planeta ha sido invadido por seres de otro mundo que, gracias a un sistema de sugestión mental, pueden ocultarse a plena vista y esconder mensajes subliminales en revistas, publicidades y en la televisión.
Una cara diferente
Bajo el seudónimo Frank Armitage, Carpenter adapta el cuento “A las ocho de la mañana”, publicado en 1963 por Ray Nelson. Allí la historia comienza in media res, cuando George Nada se despierta durante un espectáculo de hipnotismo y se da cuenta de que, entre medio de la audiencia, también hay seres no humanos (a los cuales se refiere como “fascinadores”).
Al igual que otras obras de ciencia ficción, como “La invasión de los ladrones de cuerpos”, de Jack Finney, o “El padre-cosa”, de Philip K. Dick, el cuento de Nelson trata sobre cómo un hombre solo tiene la obligación de revelar la invasión que se está llevando a cabo, con las armas que encuentre a mano y sin poder confiar en nadie, incluso si es humano.
La diferencia central entre ambas obras tiene que ver con la forma en que sus protagonistas enfrentan la invasión. El protagonista de “A las ocho de la mañana” no recluta a otros, sino recolecta información y acciona para poder “despertar” al resto de la humanidad. Es cierto que la necesidad de exponer la invasión tiene que ver con el hecho de que sobre su cabeza hay una amenaza latente; el título del cuento remite a la hora en que George Nada morirá, según le anuncian en una llamada telefónica. El Nada de Sobreviven, por el contrario, no solo se ve involucrado en los planes de un grupo de personas que busca destruir esta amenaza, también logra reclutar a Frank (Keith David), la única persona que lo ayudó a instalarse al llegar a la ciudad. A diferencia de su contraparte en el cuento, este es parte de un colectivo que busca desenmascarar esta trama interplanetaria.
Esta necesidad de que el protagonista sea parte de un todo es el motivo por el cual Carpenter introduce los lentes de sol como dispositivo; no solo se trata de que Nada pueda ver la invasión, sino de que más personas puedan ver el mundo tal cual es. Al contrario de los invasores, que cuentan con poder y recursos económicos, la resistencia parece estar compuesta de personas de clase media o baja, reclutando en las calles a quienes puedan y armándose con lo que encuentren. El mayor avance tecnológico que logran implementar llega hacia el final del segundo acto, cuando desarrollan unos lentes de contacto que funcionan como los anteojos.
Busco en TV algún mensaje entrelíneas
La lectura política de Sobreviven es inseparable del clima de los Estados Unidos de los ochenta. La administración Reagan promovía una imagen de abundancia, donde el crecimiento económico se mostraba como prueba de un renacimiento moral y cultural. Sin embargo, detrás de ese discurso se ocultaban recortes en programas sociales, el debilitamiento de los sindicatos y un aumento de la desigualdad que golpeaba sobre todo a las clases trabajadoras y a las minorías.
Carpenter retrata esa fractura a través del contraste entre rascacielos y campamentos de indigentes, vitrinas repletas de bienes de consumo y quienes apenas logran sobrevivir en la periferia. Así como en el auge de la Guerra Fría películas como Los invasores de Marte (Invaders from Mars, 1953), Llegaron de otro mundo (It Came from Outer Space, 1953) o La invasión de los usurpadores de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956) mostraban la amenaza de otro mundo como una analogía del comunismo, aquí la invasión extraterrestre se presenta como un disfraz para hablar de un orden económico que concentra poder y riqueza, mientras el resto de la sociedad es persuadido, mediante mensajes subliminales, de que todo funciona gracias a su esfuerzo individual.
El epicentro de este poder escondido se encuentra en la cadena de televisión Cable 54, donde no solo se transmite la señal, también es el punto de encuentro de los invasores y una suerte de puerto donde pueden regresar a su planeta de origen. Así controlan la narrativa y exhiben únicamente la información que consideran relevante durante las 24 horas del día, una crítica directa al modelo que había inaugurado Ted Turner con CNN en 1980.
Pero la invasión tampoco se sostiene solo por la tecnología alienígena, sino por los humanos que eligen colaborar. Algunos lo hacen de manera voluntaria, atraídos por la promesa de riqueza y estatus; otros, en especial los policías, actúan como engranajes de un sistema que los beneficia en lo inmediato aunque los condene a largo plazo. En la película, estos personajes funcionan como espejo de la sociedad norteamericana de los ochenta, donde la exaltación del éxito individual justificaba cualquier concesión moral. Carpenter muestra que el verdadero poder de los invasores no radica únicamente en ocultar mensajes como “obedecé”, “casate y reproducite” o “consumí”, sino en la docilidad de quienes aceptan formar parte de la maquinaria a cambio de privilegios.
Una nueva mañana
Sobreviven, al igual que los mensajes subliminales que expone en pantalla, disfraza su crítica a la administración Reagan bajo una trama de acción, haciéndola accesible a cualquier espectador. La película desmonta el relato oficial del gobierno norteamericano, mostrando que detrás de cada vitrina repleta de productos brillantes y de cada imagen televisiva impecable se esconde un mandato de obediencia. Carpenter entendió que la cultura de los ochenta no necesitaba más héroes musculosos, sino un espejo que dejara al descubierto las grietas de un sistema que se mostraba como perfecto..
La tradición de la ciencia ficción norteamericana es subvertida. La amenaza ya no viene de afuera, sino de las instituciones, las fuerzas de seguridad y los empresarios que conviven con los invasores porque les conviene. El reaganismo, con su exaltación del mérito individual y su desprecio por lo colectivo, aparece en la pantalla como una invasión invisible que solo puede ser desenmascarada cuando alguien se anima a mirar más allá del decorado.
No es casual que, una vez que cae el velo, la película termine de forma abrupta. Una vez que Nada destruye la antena de transmisión en Cable 54 se pueden ver los primeros signos de lo que viene, pero no hay reacciones más que desconcierto. A excepción de las personas que huyen del estudio del noticiero, lo que vemos son apenas los últimos instantes antes de que el mundo despierte. Todo lo que pueda suceder después quedará en manos de quienes hasta entonces vivían en un conformismo forzado.
Es una nueva mañana en los Estados Unidos. Tal vez esta revolución sí sea televisada.