
Código de honor: El destino vale lo que una casualidad por Fernando Gamarra
Un detective al borde del retiro se involucra en un caso que lo desvela. Lo que parece un cliché muchas veces visto en películas o especiales televisivos no es más que una brevísima sinopsis de Código de honor (The Pledge, 2001), película dirigida por Sean Penn. Vale preguntarse, entonces, por qué esta película sería especial si parte de una premisa tan explotada.
En esta película seguimos al detective Black (Jack Nicholson) quien jura por la salvación de su alma que encontrará al asesino de una niña. No conforme con el rumbo de la investigación, y ya retirado de la fuerza policial, comienza a realizar su propia búsqueda del homicida. Resulta interesante observar al detective en acción: la reconstrucción del perfil de la víctima, la comparación con otros casos, e incluso el peso de la intuición a la hora de tomar decisiones.
Esta historia, además, crece conforme su protagonista se complejiza. Black no solo es un detective retirado, aficionado a la pesca, sino también el protector de una joven madre y de su niña, víctimas de violencia de género. Sin embargo, frente a la posibilidad de atrapar al asesino de su último caso, el detective se impone al padre de familia, y se atreve a arriesgarlo todo.
La película se esfuerza por ser más que su sinopsis: es el último caso de un detective, sí, pero también es el descenso a la locura de un hombre cuya identidad se estructura a partir de su profesión. Es una investigación policial, pero también la vida misma: es la suma de encuentros y desencuentros, de casualidades y decisiones, que determinan qué será de cada uno de sus personajes. Es, en definitiva, la suma de las contradicciones de un hombre que, temeroso por su alma, intentará cumplir con su palabra hasta las últimas consecuencias.