Martin Gansta (Pandillas de Nueva York) Por Lucas Ezequiel Soto
Martin Gansta (Pandillas de Nueva York)
Por Lucas Ezequiel Soto
En octubre de 1999, Scorsese nos presenta una mirada íntima al mundo de los paramédicos de Nueva York, un lugar que, desde pequeño, palpó gracias a sus constantes ataques de asmas.
A pesar de que parte de la crítica especializada, como Roger Ebert, haya destacado a Vidas al límite (Bringing Out the Dead, 1999) como una obra que sobresale por su profundidad y por como “toca al espectador”, la recaudación de casi 17 millones de dólares no alcanzó para cubrir la producción total del film, que fue de 32 millones.
Este “fracaso” no es una novedad dentro de la carrera de Martin, situación que ya a enfrentado con obras anteriores como New York, New York (1977), que recaudó apenas 2 millones más del presupuesto inicial, o El rey de la comedia (The King of Comedy, 1982), cinta que recaudó apenas 2 millones y medio de los 19 millones que costó realizarla. Los números nunca fueron un impedimento para que el cineasta indagara las múltiples facetas de la ciudad que lo acobijó toda su niñez.
Nacido en Queens, el pequeño Martin presencia cómo su padre Charles debe de repatriar tanto a su esposa Catherine como a sus dos hijos, Frank y Martin, hacia Manhattan, más precisamente a un apartamento de Elizabeth Street, la misma calle en la que Charles y Catherine nacieron.
Siendo ambos hijos de inmigrantes italianos, él de Pulizzi Generosa y ella de Cimina, dos pueblos cerca de Palermo, Sicilia, la pareja se entrega al amor sin importar que las diferencias entre ambas familias intercedan, algo imposible en la vieja Sicilia, pero no así en Nueva York. Ya con sus dos pequeños hijos, ambos dan el sí en la Catedral de San Patricio.
A pesar de la celebridad, Martín no dejaba de observar que la iglesia estuviera dedicada a un santo irlandés. Luego, comprendió que la familia de sus padres no habían sido los primeros en tocar esa tierra; los inmigrantes llegados de Sicilia y Calabria habían conquistado las calles del sur de Manhattan tras batallar con los irlandeses, de la misma forma que estos lo hicieron 50 años antes.
Curioseando entre las lapidas de la misma catedral e indagando en los viejos sótanos que se ubicaban debajo de edificios no tan antiguos, la pasión de Martín hacia ese origen se consolida cuando en 1979, siendo ya un cineasta reconocido por Calles salvajes (Mean Streets, 1973) y Taxi Driver (1976), consigue los derechos de “The Gangs of New York: An Informal History of the Underworld”, libro de Herbert Asbury publicado en 1927 sobre los suburbios de la ciudad durante el siglo XIX.
De todas formas, el reproducir las calles de mediados de 1800 tal como Martin quería era imposible debido a cómo lucía la ciudad en aquel momento, ya que eran muy pocas las edificaciones históricas que se mantenían en pie. Filmar en otra locación tampoco era una opción en ese entonces, por lo que el sueño de retratar su epopeya histórica se pausaría 20 años.
No fue hasta 1999 que el director logra asociarse con Miramax Films, dando inicio a la caótica producción de Pandillas de Nueva York (Gangs of New York, 2002).
Ubicados 160 años en el pasado, el espectador es partícipe del costado más visceral de los “Five Points”, la zona estratégica de los bajo fondos de Nueva York. En ella lidera Bill “The Butcher” Cutting (Daniel Day-Lewis), líder de los “Nativos”, que se jactan de haber nacido en suelo estadounidense para repartir su violencia a todo inmigrante que busque apropiarse una porción de tierra.
Con la guerra de Secesión en su punto más álgido, los inmigrantes son alistados para batallar y así poder conseguir un trozo de aquel suelo que les da la “bienvenida”.
De todas formas, una venganza que pone en la mira a Bill hace que Amsterdam Vallon (Leonardo DiCaprio), hijo de inmigrantes irlandeses, se infiltre entre las líneas enemigas para resurgir la llama que alguna vez supo prender su padre asesinado.
A pesar de que el segundo acto no logra equilibrar la balanza entre la trama principal y el marco espacio-temporal, haciendo de una sencilla historia de ajustes de cuenta un acontecimiento que se extiende a más no poder, cayendo en el agobio y lagunas narrativas, tanto el tercer acto como su conclusión logran reforzar la idea de la unión de dos mundos bajo el fulgor de la batalla.
Durante los Disturbios de Reclutamiento de 1863, que se dio gracias a un segundo alistamiento que no discriminaba entre inmigrantes y nativos, los trabajadores de clase baja persigue a la alta alcurnia, que salía ilesa al reclutamiento y los nativos reprimen a los inmigrantes y gente de color, “responsable” del infortunio que vivía la gran ciudad. Al mismo tiempo, desde las costas, las fuerzas de Lincoln bombardean a ambos grupos, trayendo un cese al fuego con más fuego.
Mientras que el caos y las muertes indiscriminadas tiñen de rojo las calles empedradas, Bill y Amsterdam se disputan por un doble objetivo: el honor de dirigir a un pueblo sufrido y la libertad de poder pisar el suelo que está debajo de sus pies, con la idea de que todas las muertes que trazaron el camino sean los cimientos de la nueva ciudad.
Con una recaudación de más de 190 millones de dólares, y teniendo en cuenta que la cinta costó 97 millones, Pandillas de Nueva York significó no solo un respiro tras el fallido estreno de Vidas al límite – por más que no haya ganado ningún Oscar dentro de sus once nominaciones – sino que pone un cierre temporal a una etapa que revisita, a puro rock and roll, los rincones más infames de su ciudad natalicia.
Dos años después, Scorsese despliega sus alas en una biopic tan espectacular como intrínseca. Teniendo como protagonista a Howard Hughes, el cineasta en El aviador (The Aviator, 2004) se toma la licencia de visitar los rincones más recóndiotos del personaje: su niñez, en la que el espectador es partícipe de cómo el joven Howard es bañado por su madre y advertido de que sufrirá una terrible enfermedad; su juventud, en la que una ferviente obsesión por la cinematografía y la aviación la apropian hasta sacar a flote su trastorno obsesivo-compulsivo y sus últimos días de cordura, en la que la realidad y su mente lo sumergen en un mundo de paranoia y falsa grandeza.
Si bien el cineasta de 80 años está lejos de finalizar su viaje, lejos de como lo hizo Hughes, aunque es imposible no relacionar ambas empresas, sea en la búsqueda de la constante perfección, la autosuperación en cada proyecto como en el poder trasmitir historias que se corren de la ordinariez de lo conocido. Capaz de volar por géneros como la biopic, el horror y hasta la aventura, Martin Scorsese demuestra que su patio de juegos se extiende más allá de las virulentas calles de Nueva York.
Donde una habitación lo resguardaba para conservar su estado de salud, un mundo ficticio lleno de curiosidades y posibilidades inimaginables, nacía para trascender más allá de Elizabeth Street.