
Una mujer poseída: Dios ha muerto Por Elen Helen

“Voy de acá para allá por el camino de lo inverosímil” dice Martin Caparrós en Una Luna, y un poco así me siento escribiendo esto, tratando de explicar porque Una Mujer Poseída (Possessión, 1981) del polaco Andrzej Zulawski se convirtió en mi película favorita, si es que tengo que elegir una “hoy”.
Por el camino de lo inverosímil es que decidí comenzar, ya que considero que esta idea recorre el film. Inverosímil en tanto estamos en presencia de situaciones o relatos que no tienen apariencia de verdad. De todas formas, la idea de verosímil o inverosímil llega hasta parecer banal, en tanto que estamos ante un film que se presenta como una mamushka, capa tras capa de sentido y la verosimilitud es solo una de ellas. Pero de alguna manera me sirve para empezar a esbozar ideas sobre Una Mujer Poseída.
Llegué a la película de forma tardía, hace aproximadamente nueve o diez años, tiempo que coincide con la concreción de mi divorcio, acontecimiento de lo más burocrático y surrealista que me tocó vivir. Y es, en este punto donde lo inverosímil aparece, ya que algunas escenas de la película me recuerdan diálogos y momentos, pero ciertamente exacerbados al punto de lo inverosímil.
Una Mujer Poseída podría decirse que es un ensayo sobre el control, el control del cuerpo femenino y su contracara, el miedo; y el desdoblamiento de la personalidad hasta arribar a los límites de la cordura. La película tiene un tono oscuro pero estridente, el nihilismo impregna todo el film, posee en términos de Nietzsche una fuerza vital que hizo que la película perdure décadas después y se haya convertido en un film de culto. Una mujer Poseída es una película francesa de terror y suspenso estrenada el 27 de mayo del 1981 dirigida por Andrzej Zulawski y protagonizada por Isabelle Adjani y Sam Neill.
Una mujer Poseída nos presenta en un primer manto la disolución de un matrimonio, una infidelidad y para dónde va la vida de Anna, Mark y su pequeño hijo Bob. Una sinopsis de tantas dice que bajo la influencia de un ser desconcertante, una mujer deja a su marido y a su amante para vivir una pasión diabólica. Esta podría ser una posible lectura por eso el film fue ubicado bajo la etiqueta de cine de terror. Pero lo que verdaderamente genera horror no es eso, sino que es el violento control que se ejerce sobre los cuerpos en general, y sobre el cuerpo de la mujer en particular.
Al comenzar el film, estamos en la ciudad de Berlín, una Berlín del año 1981, donde la sociedad aún estaba atravesada por el muro, una sociedad dividida, controlada. El Muro de Berlín fue un muro de seguridad que formó parte de la frontera inter alemana desde el 13 de agosto de 1961 hasta el 9 de noviembre de 1989. Rodeaba y separaba la zona de la ciudad berlinesa encuadrada en el espacio económico de la República Federal de Alemania (RFA), Berlín Oeste, de la capital de la República Democrática Alemana (RDA), Berlín Este, entre esos años. Es el símbolo más conocido de la Guerra Fría y de la división de Alemania. El control social en términos de Foucault se ejerce a través de dispositivos, redes de prácticas institucionales, leyes o discursos que gestionan la producción de los cuerpos, y dirigen su subjetividad. Lo siniestro está en las situaciones cotidianas en la cual lo que prima son las relaciones asimétricas.
En los primeros minutos del film Mark (Sam Neill) regresa de un viaje de trabajo, en su casa lo esperan su esposa Anna (Isabelle Adjani) y su hijo Bob, Anna le plantea que se quiere separar y que tiene un amante. Se pone de manifiesto así una lucha de poder entre Mark y Anna. Ella pone su espíritu y su cuerpo en pos de su liberación, la discordancia con su prototipo de familia hace que Mark no soporte los comportamientos de Anna, en tanto no se ajusta a lo que es considerado una buena madre para una familia tradicional. Con furia y con condescendía atraviesa sus estados neuróticos.
Los protagonistas comienzan en un espiral de alienación sin retorno, tanto Mark como Anna tratan de defender sus verdades últimas, al punto de la desintegración. El cuerpo tiene un lugar principal, el cuerpo como espacio donde se inscriben las experiencias, y Zulawski lo pone en pantalla. La deformidad de cuerpos desgarbados que deambulan errantes por una ciudad sombría y en ruinas. Una Anna que pone el cuerpo para atravesar su crisis existencial, la lucha se plantea en su interior y la vemos atacarse, flagelarse y hasta negarse. La actuación de Adjani atraviesa la pantalla y nos arrastra, los espectadores somos atraídos en el camino hacia su redención. Se produce un descentramiento de la realidad, otra vez aparece la idea de lo inverosímil, el director nos sumerge en una vorágine de enajenación.
Anna lo dice textual en una escena junto a Mark «…Siento que hay una lucha de dos hermanas en mí, la fe y la suerte, mi fe no me permite esperar a mi suerte. No puedo vivir por mí misma porque me tengo miedo...» El sufrimiento de Anna es atroz, Mark Heinrich y Bob son arrastrados por este tormento.
Anna vive en el caos de su cuerpo, y Mark y Heinrich lo padecen al tratar de desembravecer sus estados de alienación. La desazón se apodera de ellos cuando descubren cual es la verdadera pasión de Anna, (en primer lugar que no es ninguno de ellos,) el ego de una sociedad patriarcal no puede comprender y mucho menos entender el salvaje deseo sexual que siente Anna por un verdadero monstruo. Totalizados en su competencia invisibilizan a Anna.
La escena más poderosa y que ha permanecido en la retina de los espectadores es la escena que transcurre en el subte, Anna en plena metamorfosis, se retuerce, grita, vibra de manera desencajada cual mujer poseída. Una Adjani entregada a la obra que conmueve, asusta y estimula. En términos nietzscheanos en esta escena presenciamos el nacimiento de su nuevo yo. Ella se convierte en su propio dios. Dios ha muerto. Los puntos de vistas de Zulawski, la angulación, la fotografía de contrastes de Bruno Nuytten nos llevan por un camino surrealista que nos interpela directamente desde lo sensorial. Una cámara loca, travelling violentos, zooms anárquicos para poner en imagen el delirante y asfixiante camino de sus protagonistas.
Esta obra de Andrzej Zulawski anticipa lo que vendrá luego con directores como Cronenmberg y Carpenter, respecto de las ideas de cuerpo y control.
Finalmente la bestia pone en cuerpo y en escena una fantasía redentora y es el único momento donde Anna está libre, lejos de mandamientos de una sociedad patriarcal y opresora. Anna se transformado.
Una Mujer Poseída ha puesto en jaque y conmocionado a muchísimos espectadores durante décadas, hombres perplejos y aterrados ante una pieza fílmica que transciende el verosímil, rompe en muchos casos la cuarta pared, y nos demanda ¿Cuál es el mayor miedo de una sociedad?, quizás sea tan simple como lo que escribió Eduardo Galeano: “El mayor miedo del hombre es a la mujer sin miedo”.


1 Comentario
Que gran texto 🤩.
Me hizo revivir algunas partes de la película.
Todavía recuerdo el escalofrío en mi cuerpo al ver la escena del subte 🤯😱