Inmaculada – Narciso negro: Solo quiero irme de acá Por Jorge Pinzón Bermúdez

Recuerdo la primera vez que lo leí. Cursaba los últimos años del colegio secundario y mi profesora de literatura, era un bachiller especializado justamente en letras, nos comenzaba a iniciar en el fascinante mundo de la literatura nacional y latinoamericana. La bibliografía de autores y obras era variada: desde el poeta cubano Rubén Darío, pasando por el “boom” de Gabriel García Márquez o Julio Cortázar, hasta llegar a los nacionales; Leopoldo Lugones y Horacio Quiroga eran mis preferidos.
El relato era Solo vine a hablar por teléfono (Doce cuentos peregrinos, 1974) del maestro García Márquez. En el mismo una joven llamada María sufre la avería su auto y queda varada en medio de la ruta en el interior de la España franquista. Un micro que pasa logra socorrerla, pero ella no tarda en darse cuenta que el vehículo transporta mujeres que están por ser internadas en un hospital psiquiátrico, al cual se dirigen. Al llegar no para de repetir como un mantra “solo vine a hablar por teléfono”, pero en el manicomio la confunden con una paciente y queda absurdamente retenida pasando a ser una “reclusa” más en la institución.
Al momento de terminar de leerlo me subyugo el terror. Tarde en decodificar el vacío en el pecho producto de la angustia, pero en ese momento fui consciente de un temor que no sabía que tenía: el hecho de quedar encerrado en un lugar sin nadie que me busque o se preocupe por mi situación. Quiero ser claro, el miedo no tiene que ver con la reclusión por el cumplimiento de una pena o una penitencia, sino por quedar atrapado en un lugar del cual nadie cercano tenga conocimiento. Casi como si fuera un error en la matrix del cual nadie se haya percatado. Como le sucede a María en el relato del escritor colombiano.
La imposibilidad de salir de un lugar, el cual en una primera instancia no presenta resistencias aparentes, pero poco a poco se va transformando en una especie de prisión. Esta peripecia es lo que une el cuento citado con las películas en cuestión: Inmaculada (Immaculate, 2024) de Michael Mohan, y Narciso negro (Black Narcissus, 1947) del dúo Powell/Pressburger. Las mismas pueden inscribirse en la tradición de un subgénero, dentro del terror que ha recobrado vigor en el último tiempo, el llamado “Terror religioso”.
Como en la mayoría de los subgéneros, los límites muchas veces son difusos. Fugazmente se podrían distinguir tres temas vinculados a lo religioso dentro del genero del terror: las posesiones demoniacas con una fuerte impronta clerical como se puede ver en El exorcista (The Exorcist, 1976) y sus secuelas. Las referidas al nacimiento del anticristo: La profecía (The Omen, 1976), El bebé de Rosemary (The Rosemary’s Baby, 1968); o en donde la institución del convento y el ser monja tienen un papel preponderante. Los demonios (The Devil’s, 1971) de Ken Russell, la mexicana Alucarda, la hija de las tinieblas (1978), o La monja (The Nun, 2018) a quien puede adjudicarse el resurgir de dicho subgénero.
Estas últimas dos temáticas son las que atraviesan Inmaculada. En ella una novicia ingresa a un convento en Roma con la intención de consagrarse religiosamente. El principal conflicto va estar referido a la concepción. La protagonista, una fulgurante Sidney Sweeney, es forzada a un embarazo estando inconsciente. Detrás hay toda una historia referida a rastros de tejido orgánico pertenecientes a Cristo a partir de uno de los clavos que se utilizo para su crucifixión, los cuales ciencia mediante, son utilizados para inducir la gestación haciéndola pasar por un evento milagroso. Con la intención de crear un anticristo invertido. Para esos momentos el film se asocia directamente con El bebé de Rosemary discutiendo abiertamente con el final de la película de Polanski.
El recorrido de la cinta es irregular. Esta filmada de manera muy prolija, y visualmente es sumamente competente. Los protagónicos de Sidney Sweeney y de Álvaro Morte, como final girl y mad doctor respectivamente, son muy acertados. Pero el principal problema tal vez tenga que ver con la sensación de intrascendencia que genera. Sus planos, sus conflictos, los lugares por donde se mueve, parecen haber sido vistos antes. Más allá de su vinculación indudable con la ya nombrada película del director polaco, el gran caudal de películas de terror sobre monjas: La monja (2018), La monja 2 (The Nun 2, 2023), Saint Maud (2019), y la “gemela” La primera profecía (The First Omen, 2024) con la que guarda una semejanza asombrosa; sin ser mucho mejores la hacen ver como un buen producto comercial, pero sin un diferencial en particular.
Los paralelismos con Narciso negro, en una lectura lineal, tienen que ver con lo religioso como englobante general, monjas y un convento como teatro de operaciones. El terror a no poder salir del lugar que en un principio las acoge y como eso va convirtiendo sus creencias en una pesadilla es fundamental para caer en la historia. Pero esos vasos comunicantes ahí terminan ya que los contextos en los que suceden los eventos son bastante distintos. La historia de un grupo de monjas que es enviado a fundar un convento, en un palacio ubicado en una inhóspita montaña al interior de la India, funciona como sinopsis. Solo será una primera capa con respecto a lo que el dúo Powell/Pressburger pretende contar. Cabe añadir que en Solo vine a hablar por teléfono, mientras María viaja en el micro confunde a las pacientes con monjas por las toallas que llevan en sus cabezas, y se comenta que el hospital al cual es trasladada, antiguamente era un convento.
Basada en la novela homónima de Rummer Godden, el film está atravesado por lo político de principio a fin, sin dejar de mostrar en ningún momento la dominación que el imperio británico ejercía sobre el país asiático en esos momentos (hacia fin del año 1947 la India se independizo y dejo de ser una colonia de la corona inglesa). El trabajo en la fotografía de Jack Cardiff es apoteótico. La relación de las monjas con los nativos, el hastió que corta el aire, la tensión imperante entre dos mundos que no se comprenden y que parecen estar a punto de estallar acompañan cada plano. Los colores son primordiales para entender visualmente lo que estamos viendo. Los directores logran contagiar el tono enrarecido y místico del cual esta imbuida la montaña. El peligro aparente de lo exótico del cual son absolutamente conscientes las misioneras es evidente. La autoridad del lugar la va a ejercer por presencia o ausencia, un agente británico (David Farrar) que asesora al general indio al cual pertenece el territorio. Es necesario resaltar el contraste entre todo ese mundo colorido y decididamente artificial con lo orgánico que resultan sus personajes. Los personajes parecen habitar esos modismos, esa cotidianeidad tan ligada a lo espiritual y profundamente férrea en lo cultural, más allá de estar siendo filmados por una cámara.
Tanto en Inmaculada como en Narciso negro las protagonistas están absolutamente comprometidas con sus misiones y con su espiritualidad. La hermana Clodagh (Deborah Kerr) es la líder de las monjas asentadas en la montaña y encargada de hacer que el convento prospere. La voluntad de hierro que demuestra con respecto a su servicio religioso, esconde un pasado marcado por un amor frustrado. Los recuerdos la persiguen y afectan sus convicciones a medida que el ambiente la comienza a engullir. El conflicto brotara cuando otra de las religiosas empieza a perder la cordura a partir del coqueteo del agente británico. Algunas actitudes de la hermana Ruth evidencian sus pocas intenciones de comprender a los nativos y el exiguo compromiso con la causa que emprenden. La ambigüedad y la sensualidad con la que el personaje de David Farrar se desenvuelve en el trato cotidiano con las monjas trastoca los cimientos mas profundos de la fe de cada una. El enfrentamiento resulta inevitable y si bien la hermana Clodagh persiste en su vocación de servicio, su fe encuentra un límite y la misión del convento es abortada.
La jovencísima Cecilia, en cambio, no demuestra fisuras en cuanto a su forma de vivir la religiosidad. No duda de sus convicciones y su ímpetu juvenil hace que su confianza en la iglesia sea plena. Esto va verse trastocado desde el momento en que su embarazo es develado. El encierro explicito e implícito al cual están sometidas logra fundirse con la tensión que brota de sus principios. La huida, en el mismo sentido que en el personaje de Kerr, resulta liberadora y contrasta con la suerte vivida por el personaje de García Márquez. El valor de un nuevo comienzo alejado de viejos dogmas es invaluable, con la certeza que del horror solo queda escapar.


