
Los intocables: los buenos, los malos y un cochecito de bebé Por Claudio Marcelo Mion

Es casi imposible tener una sola película favorita, siempre uno hace una lista de cinco, de diez; o las separa en géneros (del cine de terror, de ciencia ficción, de aventuras). Tengo inamovibles (Tiburón, Los cazadores del arca perdida, Duro de matar, Alien), pero también aparecen las que se apoderan de uno sin saber bien el por qué, casi siempre alejadas de las listas canónicas y académicas. Una de ellas hoy es, sin dudas, Los intocables (The Untouchables), la obra maestra (sí, lo digo sin pudor) de Brian De Palma de 1987. No vi la película en el cine (algo que no me perdono hasta el día de hoy) y recuerdo una primera visión en VHS. Luego sí, la primera edición en DVD, luego en Blu-ray, más las innumerables repeticiones en los canales de cable y streaming (aun hoy se sigue programando con regularidad y es de las que siempre termino de ver, aunque esté empezada). La sensación es siempre la misma, el pleno disfrute y todo lo que transmiten las grandes películas. La de seguir encontrándole pliegues, matices y detalles en cada nueva mirada. El cine del director ya me había deslumbrado, desde Carrie (1976) hasta Doble de cuerpo (Body Double, 1984), pasando por El sonido de la muerte (Blow Out, 1981) y Caracortada (Scarface, 1983), pero creo que De Palma logró en esta película la comunión perfecta entre una película de un gran estudio, un elenco estelar, la llegada al gran público y el cine de autor.
Los intocables se sitúa en la época de la llamada “Ley seca” en EEUU, la cual prohibía la venta y consumo de alcohol (aunque parezca increíble esto ocurrió en realidad). Eliot Ness (Kevin Costner) es un idealista agente del tesoro enviado a Chicago, ciudad atravesada por el crimen y la corrupción, para intentar capturar a Al Capone (Robert De Niro). En el medio de su cruzada, algo frustrada en principio, conoce al policía casi retirado Jimmy Malone (Sean Connery), quien acepta no sin dudar acompañarlo en la cacería. En el camino se suman un contador de apellido Wallace (Charles Martin Smith), que intentará convencer a Ness de inculpar a Capone por evasión de impuestos, y un joven policía ítalo-americano interpretado por Andy García, un experto tirador.
De Palma, quizás el cineasta mas subestimado de su generación, pero sin duda uno de los mas talentosos (parte fundamental del New Hollywood de fines de los 70 hasta principios de los 80, junto a Coppola, Scorsese, Friedkin, entre otros), dirigió Los intocables luego de dos fracasos comerciales como Doble de cuerpo y Wise Guys (1986). A principios de 1987 se involucró en el proyecto de Atracción Fatal, pero al ver como avanzaba el desarrollo del guion decidió renunciar (la película finalmente fue dirigida por Adrian Lyne). Por suerte a los pocos días surgió el llamado de la Paramount para hacerse cargo del guion que escribió David Mamet, dramaturgo y guionista entre otras de El cartero llama dos veces (Bob Rafelson, 1981) y Será justicia (Sidney Lumet, 1981). Basado muy libremente en el libro “Los Intocables”, la autobiografía del mismo Eliot Ness y Oscar Fraley de 1957, es el ejemplo más concreto que ilustra la estructura de los tres actos, donde los buenos y los malos están bien diferenciados, sin dobleces. La historia sigue el típico camino del héroe con el recorrido del personaje de Kevin Costner, desde el comienzo hasta los títulos finales. Al inicio es un extraño en un departamento de policía y en una ciudad que respiran corrupción, con un mentor que es el personaje de Malone, en un modo similar a la relación entre los personajes de Luke y Obi Wan Kenobi que vimos en la saga de Star Wars, y luego de la muerte de este en la transformación total hacia el final. Se aprecia una influencia de Los Intocables en El caballero de la noche (The Dark Knight, 2008) de Cristopher Nolan. Encontramos un puñado de cruzados luchando contra la descomposición de la policía y la sociedad, simbolizada también por un único personaje, el Joker. Además, la forma muy similar de fotografiar los edificios y calles de Chicago que representan la Ciudad Gótica de Batman.
La película es a veces sangrienta, muy violenta, retrata una época de los EEUU que en gran medida lo fue, incluso mucho más que las imágenes de la serie de televisión del mismo nombre emitida en los sesenta. De Palma tensa la cuerda hasta el límite (la bomba en la tienda al inicio, Al Capone y su lección de trabajo en equipo con un bate de béisbol en la mano, la escena en que Malone obtiene una confesión disparándole a un hombre muerto), pero balancea con mano maestra los momentos dramáticos y hasta los íntimos, como los que Ness pasa con su familia, que actúa como el cable a tierra entre tanta muerte y corrupción. Además, en forma explícita incluye una secuencia propia del western más puro, como cuando Eliot Ness y sus intocables vigilan la frontera canadiense para atrapar un cargamento entrante de alcohol ilegal. Aunque toda la película puede verse como un western por la lucha entre héroes y villanos, es en ese momento que la película parece ubicarse en 1870 y no en 1930.
En el libro “Brian De Palma por Brian De Palma” (Samuel Blumenfeld y Laurent Vachaud, 2003) entre varias frases valiosas hay una que define su cine: “Mis películas se construyen cada vez más en torno a tres o cuatro escenas visuales importantes en las que, para mí, está toda la película. Mi trabajo consiste luego en colocar transiciones entre esas escenas y hacer que la tensión de la película se oriente hacia la más espectacular de todas”. Los intocables es el mejor ejemplo de esta cita, pero como mínimo encontramos más de diez escenas inolvidables, en las que es posible identificar todas las técnicas al servicio del lenguaje cinematográfico y de la puesta operística del realizador, que muestra un completo catálogo de su arte (el uso de planos cenitales y con grúa, Steadicam, zooms, cámaras lentas, planos subjetivos, lentes de aproximación). Todo el artificio está justificado con la historia que vemos en pantalla, con secuencias e imágenes que se clavan en nuestra retina. La presentación del personaje de Al Capone en la barbería, con la cámara cenital que muestra la total sumisión de la prensa y empleados al servicio del gánster. La muerte de Malone, un prodigio en el cual utiliza la vieja técnica de las películas de terror, la toma de seguimiento con la subjetiva del matón mirando por la ventana y entrando a la casa, y el posterior fusilamiento por parte de Frank Nitti (Billy Drago). Y sin dudas la secuencia de la escalera en la estación de tren Union Station de Chicago, ese homenaje explícito al Acorazado Potemkin (Bronenosets Potyomkin, 1925) de Eisenstein, con el cochecito de bebe cayendo en el medio de un tiroteo interminable, con marineros incluidos. Las mil referencias cinematográficas en cinco minutos, disfrutable desde el momento de su estreno es una maravilla de puesta en escena y el arte del montaje, imitada y parodiada en numerosas ocasiones.
El director expresa en el documental De Palma (Jake Paltrow y Noah Baumbach, 2016), lo que significó para él realizar esta película: “Los Intocables fue una de esas películas mágicas, hay muy pocas de ellas en tu carrera”. Los planetas se alinearon en ese momento para De Palma y todos los que formaron parte del proyecto. Además del mencionado Mamet en el guion y el cuarteto de actores principales en un verdadero estado de gracia, se sumaron el director de fotografía Stephen H. Burum (habitual colaborador de De Palma a partir de Doble de cuerpo), la diseñadora de producción Patricia Brandenstein (con el desafío de recrear la Chicago de los treinta en una ciudad moderna), el vestuario de Marilyn Vance-Straker (que incluyó trajes de Armani), y la memorable banda sonora de Ennio Morricone, que volvería a trabajar con De Palma en Pecados de Guerra (Casualties of War, 1989) y en Misión a Marte (Mission to Mars, 2000).
A más de 35 años de su estreno Los intocables es una película única, excesiva, entretenida de principio a fin. Un hito entre las mejores obras de un director que a sus 83 años va a ser difícil que nos regale un nuevo trabajo. Logra lo que el cine muchas veces no suele ofrecer: que uno sea más feliz después de verla, una y otra vez.

