Parpadea dos veces – Fresh: El Susurro de las Serpientes Por María Cabrera

Existen lugares donde las sombras no son simples ausencias de luz, sino manifestaciones vivientes de algo oscuro y latente. Lugares donde la calma engañosa del ambiente se mezcla con el veneno invisible de las intenciones humanas. La isla de Parpadea dos veces (Blink Twice, 2024) es un paraje así, un espacio donde lo exuberante se torna opresivo y la brisa del mar acaricia como un susurro de advertencia. Bajo la dirección de Zoë Kravitz, esta isla no es un simple escenario; es un espejo que refleja las ansiedades más profundas de quienes la habitan, una prisión dorada para sus invitadas, quienes se enfrentan no a fantasmas ni monstruos de leyenda, sino a algo mucho más real, mucho más temido: la pérdida de autonomía.
En este relato, las protagonistas no están encerradas en castillos góticos, pero la prisión en la que caen es igualmente hermética. Frida (Naomi Ackie), mujer de clase media trabajadora, llega a este refugio paradisíaco con la esperanza de encontrar algo de respiro, una escapatoria temporal de las exigencias implacables de la vida cotidiana. La promesa de un retiro exclusivo organizado por el magnate tecnológico Slater King (Channing Tatum) seduce tanto como los paisajes inmaculados que parecen expandirse hasta donde la vista alcanza. Pero como en todo paraíso prohibido, las manzanas doradas están envenenadas y las puertas del Edén están cerradas con candados invisibles.
Desde el principio, Kravitz tiñe la película con un aire de fatalidad inminente. La primera vez que vemos a King, lo encontramos en un video ofreciendo disculpas públicas por los escándalos que mancharon su reputación. Su rostro es el de alguien que, a pesar de su aparente arrepentimiento, sigue sosteniendo las riendas del poder, inmune a las consecuencias reales de sus actos. La película sugiere, casi desde el primer fotograma, que estas disculpas públicas no son más que palabras vacías, una puesta en escena calculada, destinada a lavar la imagen de hombres poderosos como King. La pregunta que subyace es inquietante: ¿puede realmente existir el arrepentimiento en quienes han convertido el control en su razón de ser? El video de King en un video de disculpas públicas, un acto performativo que resuena como una obra de teatro vacía, diseñada no para redimir, sino para mantener intacta su fachada de poder. A través de esta escena, se introduce una crítica feroz a las disculpas públicas que, en lugar de sanar, solo perpetúan los desequilibrios de poder. Los monstruos, parece sugerir la película, no buscan redención; buscan control.
El verdadero horror en Parpadea dos veces no radica en los sobresaltos ni en las criaturas que acechan en las sombras, sino en la gradual erosión de la autonomía de sus personajes. Kravitz, en su primer largometraje, construye la tensión de forma lenta, casi imperceptible al principio, mientras las invitadas exploran la isla. Lo que en un principio parece ser un retiro de lujo pronto se revela como una trampa cuidadosamente diseñada. Las miradas cómplices entre los empleados, el énfasis en los ruidos de las botellas abiertas, los vasos llenos con licor que suena más fuerte que las palabras que se intercambian: todos estos elementos son pistas sutiles que la directora coloca con precisión quirúrgica, como si estuviera jugando con los nervios del espectador, empujándolo a una revelación inevitable.
Mientras el grupo de invitados explora la isla, la atmósfera de lujosa calma empieza a desmoronarse, revelando una red invisible de manipulación. La música juega un papel central en esta transformación, con temas recurrentes que, al volver a ser escuchados tras la revelación de la verdad, cambian de significado. Lo que en un primer momento sonaba como una melodía inofensiva se convierte en un lamento siniestro, un eco de la dualidad que habita en estos hombres. King, con su carisma y su poder, es una figura de control total, y la música subraya su capacidad para transformar lo benigno en algo mortífero.
Este juego de poder y seducción también aparece de manera brillante en Fresh, donde Steve (Sebastian Stan) representa otro tipo de depredador. Desde el principio, Steve utiliza su belleza y encanto para desarmar a Noa (Daisy Edgar-Jones). Las alarmas internas de Noa, aquellas que podrían haberla advertido del peligro, son aplacadas por la presencia seductora de Steve. Aquí, Cave captura un miedo profundamente arraigado en la vida diaria de las mujeres: el temor de que el verdadero monstruo no sea una sombra en el callejón, sino el hombre que sonríe mientras cocina para una. Las escenas en las que Steve baila mientras prepara la comida están cargadas de tensión, su ritmo suave y relajado contrasta con la verdadera naturaleza del horror que se desarrolla.
En Fresh, el control que Steve ejerce sobre Noa no se limita a su captura física. Incluso después de revelada su verdadera naturaleza, Steve sigue imponiendo normas sociales en Noa, demandándole que sonría, que disfrute de la comida que preparó y que sea «agradecida» por el privilegio de su atención. Este deseo de moldear a Noa según un ideal de feminidad tradicional culmina en el momento en que le regala un vestido rosa, un símbolo perverso de su intento de domesticarla, de reducirla a un estereotipo de género. Steve menciona con frialdad que su mercado de venta de mujeres existe porque «hay demanda», destacando la objetivación de las mujeres en una economía de poder donde ellas son vistas como mercancías.
Este tema de la objetivación se manifiesta de manera aún más compleja en Parpadea dos veces. Al principio de la trama, Frida y Sarah (Adria Arjona) compiten por la atención de King, pero cuando Frida comienza a cuestionar el entorno, Sarah es la primera en convertirse en su aliada. Este cambio refleja cómo las dinámicas de competencia entre mujeres, muchas veces fomentadas por los hombres en posiciones de poder, pueden ser disueltas cuando las mujeres se unen en solidaridad. Kravitz teje esta sororidad a lo largo del filme, mostrando que, cuando las mujeres reconocen el peligro y la manipulación, forman redes de apoyo capaces de resistir los horrores que el poder patriarcal perpetua.
La historia de la serpiente en Parpadea dos veces también es un símbolo potente. La película juega con la reversión de la narrativa bíblica de Eva, la serpiente y la manzana: aquí, la serpiente no trae la caída, sino la redención. Es el veneno de serpiente el que actúa como antídoto contra la droga que las mantiene cautivas, entregado por una empleada de la isla que probablemente ha presenciado innumerables horrores bajo el régimen de King. Los tatuajes de esta mujer sugieren que la serpiente tiene un significado sagrado en su cultura, lo que transforma el uso de la isla por parte de King en una metáfora de la colonización y la apropiación cultural. La misma isla, que King ha convertido en su patio de recreo, es una víctima silenciosa de su control, al igual que las mujeres a quienes moldea con comida, ropa y drogas para satisfacer sus deseos.
Este control total es, sin duda, lo que más aterra en ambas películas: la pérdida de autonomía, la manipulación del cuerpo y de la mente hasta que la víctima se convierte en una versión distorsionada de lo que el hombre desea. En Fresh, Steve continúa reforzando su control sobre Noa, convencido de que, de alguna manera, su inteligencia y carisma serán suficientes para enamorarla, incluso después de haberla capturado. Su ego descomunal se refleja en el regalo del vestido rosa, un símbolo grotesco de su creencia de que puede transformar a Noa en el ideal de mujer sumisa que él desea. Pero Noa no se deja domesticar. Su resistencia se convierte en la clave para su supervivencia, una resistencia que solo puede florecer gracias a la sororidad que encuentra en las otras víctimas.
En Parpadea dos veces, el control de King llega a su clímax cuando las invitadas se dan cuenta de que están siendo manipuladas en todos los aspectos de sus vidas, desde la comida que comen hasta la ropa que llevan. Sin embargo, es a través de la acción de una simple empleada —una mujer de clase baja como Frida— que se logra una vía de escape. La ayuda que Frida recibe, y que luego extiende a Sarah, es un recordatorio de que, en un mundo donde las estructuras de poder fallan, la solidaridad entre mujeres es lo que permite la supervivencia. La frase «las mujeres nos cuidamos entre nosotras» resuena como un eco constante en ambas películas.
Este tono vincula a ambas películas. En Fresh, Noa (Daisy Edgar-Jones) es una mujer que, tras una serie de citas fallidas, parece encontrar en Steve (Sebastian Stan) al hombre ideal: encantador, atractivo, aparentemente sincero. Sin embargo, pronto descubre que la belleza y el carisma de Steve son solo máscaras para un monstruo que no necesita ocultarse tras una apariencia grotesca. Al igual que King, Steve utiliza su estatus y su control para manipular y despojar a las mujeres de su autonomía. Noa, atrapada en la telaraña de Steve, se da cuenta de que el verdadero peligro no estaba en los callejones oscuros por los que caminaba con las llaves entre los dedos, sino en la calidez de una sonrisa que ocultaba el veneno más mortífero.
En los dos largometrajes, el miedo no reside en lo visible, sino en lo que no se dice, en los gestos minúsculos, en las palabras que quedan flotando en el aire. Las preguntas que Steve hace a Noa en sus primeras citas: “¿Tienes familia? ¿Le contaste a alguien sobre nosotros?”, que en otro contexto sonarían inofensivas, se convierten en cuchillos afilados una vez revelada su verdadera naturaleza.
La cinematografía en ambas películas juega un papel crucial en la creación de esta atmósfera opresiva. En Parpadea dos veces, los planos amplios que muestran la inmensidad de la isla contrastan con la claustrofobia emocional de las protagonistas. Los colores vibrantes y los paisajes paradisíacos sirven solo para acentuar el horror que se esconde en las profundidades, como si la belleza misma fuera una trampa. El uso del rojo es particularmente significativo: aparece en las bebidas, en la decoración, en los detalles que pueblan las escenas, como un aviso constante del peligro. Es el color del veneno, de la advertencia. En Fresh, por el contrario, Cave utiliza los primeros planos para capturar cada expresión de Noa mientras la realidad se desmorona a su alrededor. La cámara permanece fija en su rostro, obligando al espectador a enfrentarse a su terror, a su impotencia.
Un aspecto clave en ambas películas es el fracaso de las estructuras de poder para proteger a las mujeres. En Parpadea dos veces, Frida y Sarah se dan cuenta de que no pueden confiar en las instituciones. Las llamadas a la policía o al FBI se muestran inútiles, y la verdad es que las mujeres no tienen a dónde acudir. En este sentido, la película refleja una realidad inquietante: cuando los sistemas fallan, las mujeres solo pueden confiar en ellas mismas. En Fresh, es la amiga de Noa quien, al final, la rescata, demostrando que la verdadera protección no proviene de las fuerzas de seguridad, sino de los vínculos de sororidad.
Finalmente, lo que ambas películas logran con maestría es capturar el miedo visceral de perder el control sobre el propio cuerpo, sobre el propio destino. No es el horror tradicional de los monstruos y fantasmas, sino un horror más real, más palpable. King y Steve representan el rostro más temible del poder: el que se disfraza de amabilidad, de encantador carisma, pero que, en su núcleo, busca reducir a las mujeres a simples objetos de manipulación. Al igual que en las obras de Mary Shelley, el monstruo aquí no es una criatura ajena, sino una extensión de los males de la humanidad, una representación de los horrores que creamos cuando permitimos que el poder y el control dominen nuestras relaciones.
Parpadea dos veces y Fresh son, en última instancia, una advertencia sobre lo que tememos perder más que cualquier cosa: nuestra autonomía. Las películas nos recuerdan que el verdadero monstruo no siempre se esconde bajo la cama. A veces, tiene un rostro conocido, una voz que promete seguridad y un futuro brillante, mientras prepara el terreno para nuestra destrucción. En estas historias, el terror emerge no solo del peligro visible, sino de la traición de lo cotidiano, de la normalización de la violencia y la ubicación de las mujeres en el lugar de objetos. Kravitz y Cave han tejido una narrativa que resuena profundamente con los miedos más antiguos de la humanidad: el de ser poseído, controlado, y finalmente, destruido por aquellos que nos prometieron amor.
En última instancia, Parpadea dos veces y Fresh nos enfrentan al miedo primordial de perder el control sobre nuestras vidas. No es el miedo a lo desconocido lo que persigue a las protagonistas, sino el temor a ser reducidas a objetos, a ser moldeadas por los caprichos de hombres que, desde su trono de poder, se ven a sí mismos como amos de cuerpos y destinos. En este sentido, ambas películas actúan como un grito de advertencia y resistencia, un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, la sororidad puede ser la luz que ilumine el camino hacia la libertad.


