¿Quién puede matar a un niño? – Brightburn: Hijo de la oscuridad
Chiquito y peligroso
Por Pam Rodriguez
La infancia es el período de crecimiento más vulnerable del ser humano formando la persona que llegaremos a ser de grandes. Pasamos la vida intentando ser adultos (¿Alguien logra finalmente serlo?) persiguiendo una meta lejana y poco precisa que nadie puede señalar ¿cuál es? A lo largo de la historia y a pesar de esa sabida vulnerabilidad los niños son los que sufren las peores consecuencias de las decisiones de quienes juran protegerlos. Así la guerra, el hambre y las enfermedades irrumpen en la vida de estos seres provocando catástrofes que de sobrevivir les provocará terribles consecuencias. En ese camino surgirán muchas y distintas preguntas a medida que nos acerquemos a la individualidad de cada ser: ¿Qué nos motiva a querer ser un adulto cuando claramente resultan ser así de malvados?
En el año1976 Narciso Ibañez Serrador dirigió la película ¿Quién puede matar un niño? (1976) basada en el libro “El juego de los niños” de Juan José Plans que relata la historia de un matrimonio (Lewis Fiander y Prunella Ransom) que ante la llegada de su tercer hijo deciden tomar unas vacaciones de la paternidad y visitar una isla mediterránea de España. Al llegar las circunstancias son sospechosas, pero todo parece tener una explicación simpática digna de unas vacaciones felices incluso las calles desiertas, la ausencia de sonido y los puestos abandonados forman parte de una negación idílica por parte del matrimonio. Sin embargo, no es una ciudad abandonada pues los niños están ahí dándole vida con juegos sosteniendo una cotidianidad extraña que exilia a los adultos. Junto a Tom (Lewis Fiander) descubrimos el universo que los infantes construyen a su alrededor donde las reglas han cambiado rotundamente y la violencia ya no corre por manos del más fuerte sino del más apto porque honestamente ¿Quién sería capaz? ¿Quién se atrevería a matar a un niño?, pero hete aquí una pequeña cuestión que desarma cualquier teoría: ¿Sería alguien capaz si el sujeto en su más tierna infancia fuera intrínsecamente malvado? ¿Qué sucede cuando aquello que debe ser protegido es fundamentalmente perverso?
Brightburn: Hijo de la oscuridad (Brightburn, 2019) dirigida por David Yarovesky conocido por su pelicula The Hive (2015) fue impulsada por James Gunn de la mano de la productora H Collections presenta otro universo que es difícil de ignorar cuando pensamos en la niñez. Un matrimonio feliz anhela la llegada de un bebé que no parece ser su destino a pesar de sus esfuerzos, más una noche cae un meteorito en su granja en Brightburn, Kansas (El hogar de Superman sí, pero aquí no es relevante) trayendo aquello que convertirá sus vidas en aquello que soñaron: un bebé. Tori y Kyle (Elizabeth Banks y David Denman) encarnan a dos padres amorosos, dispuestos y orgullosos de su hijo Brandon, aunque ambos deciden guardar el secreto de su procedencia mientras este se entrega a la curiosidad propia de la naturaleza infantil. Con un presupuesto acotado (7 millones de dólares) Yarovesky nos sumerge en un despertar adolescente que no escatima sangre ni body horror (horror corporal) no espera al espectador lo desafía a seguir mirando cuando el niño deseoso de conocimiento y harto del sopor adulto decide tomar las riendas de la situación a la fuerza. Una fuerza extraterrestre y sobrehumana (otra vez sí, como Superman, pero malo. Volvamos).
Es interesante reflexionar que cuando pensamos en el ser humano en el imaginario colectivo no es una niña o un niño los que nos representa sino hombres rudos y mujeres sabias. No abunda la representación de la infancia más que para significar un futuro que realmente no nos preocupa como debería. En ambos films las necesidades del infante son suprimidas, abolidas casi despreciadas por el adulto que comprende cuando ya es tarde que el daño provocado es irreversible. Los niños en la isla están cansados de la guerra y sus consecuencias, mientras Brandon siente curiosidad por las diferencias que encuentra con sus pares que no lo son tanto.
Tanto Ibañez Serrador como Yarovesky (O Gunn para el caso) deciden que la curva dramática tenga un efecto complejo presentando a estos niños como una visión angelical donde todo es risa y juegos hasta que descubrimos las verdaderas intenciones, pero no podemos detenerlas porque se revela el secreto mejor guardado de los adultos: no tenemos idea de nada, aunque estamos aptos para reproducirnos y en un círculo vicioso (como la serpiente que se muerde la cola) vuelve a empezar. Las características de la infancia son despreciadas siendo una etapa a la que el adulto no pertenece, que ha abandonado y se regocija en esta nueva definición que le concede un pequeño e irreal triunfo pues ha llegado a la plenitud, decidiendo y forjando un futuro para esas criaturas que consideramos delicadas y débiles, aunque nada tiene que ver con la vulnerabilidad.
Aún, así estamos a tiempo de detenernos y ocuparnos, de recordar lo que alguna vez fuimos y cómo nos sentimos, de pensar como podríamos solucionar esto antes que se vuelvan chiquitos y peligrosos.