
Titanic: Una imagen que vale más que mil palabras por Julián Alves
En Titanic (1997), luego de la secuencia donde Rose (Kate Winslet) va a una fiesta con Jack (Leonardo DiCaprio) bajo cubierta, se van a producir dos escenas donde tratan de manipularla para que no vuelva a ver a Jack y continúe con el plan de vida que tenía. La primera es la discusión con Cal (Billy Zane), donde él se enoja, tira la mesa y la aborda violentamente; la segunda, cuando su madre (Frances Fisher), mientras le cierra el corsé (símbolo de control y presión), juega la carta de su situación económica y la necesidad de que se concrete el matrimonio entre Rose y Cal. Luego, va a tomar lugar otro momento donde Jack va a persuadir a Rose para que vaya con él, tratando de hacerla entender que su vida no está en el lugar correcto, pero sin éxito ya que ella lo termina rechazando. Ninguna de estas tres veces que la abordaron fue tan importante como la escena siguiente para que ella tome una decisión; Rose al observar a una niña que la madre le está enseñando los modales apropiados a la hora del té, comprende todo lo que ni Cal, la madre o Jack pudieron haberle dicho, y termina por decidir lo que va a ser su futuro. En esta simple escena de corta duración y sin diálogos, pero con un tratamiento sutil y con un gran impacto para el desarrollo de la película, se resume lo importantes que pueden llegar a ser el cine y el arte en general en nuestras vidas, haciéndonos comprender cosas donde ni las palabras pueden llegar a hacernos entender.