
You Will Never Find Me – Hard Candy: La vocecita en la cabeza y Caperucita vengadora Por Mariana Dimant

La dupla integrada por Joshua Allen e Indiana Bell, debuta en el largometraje con esta valiosa incursión en el género del terror. Esta es otra de las bienvenidas presentaciones de Shutter, plataforma de streaming especializada en el género, que opera en varios países y también en Australia, de donde proviene este film. Es para destacar que Shutter le da oportunidades a realizadores nuevos; Allen y Bell (autora también del guion) hasta ahora solo habían realizado cortometrajes. En la presente realización hay algo de corto ampliado o cuento filmado: esto es, una trama simple sin muchas derivaciones, pocos personajes -en esta ocasión dos, casi exclusivos-, locación limitada -el interior de una casa rodante-, que lleva a una puesta próxima a lo teatral. Estos rasgos bastante exacerbados aquí , propios de una producción modesta e independiente, requieren un espectador paciente.
La primera escena es un hombre solitario en una noche de tormenta. El alcohol sobre la mesa de una de esas casas rodantes en un camping cualquiera. Un depresivo y oscuro inicio, que se ve alterado por la llamada a la puerta de una extraña: una mujer descalza, empapada, que insiste en pasar al interior de ese hosco hogar, para recibir cobijo de la lluvia imparable.
Desde ese intrigante arranque -sobre todo porque el dueño de casa le aclara rápidamente: “Haz llamado a la puerta equivocada”. You Will Never Find Me, anuncia que cada milímetro de su espacio y diálogo, está estudiado para provocar una reacción, para resaltar un significado concreto, para impactarnos, penetrando lentamente en nuestra conciencia.
Los directores hacen uso de todas las técnicas para, aprovechar el estrecho escenario en el que nos vemos enclaustrados, junto a sus dos protagonistas
La narración se va a nutrir de la ambigüedad: sospechamos que podrá ser una historia de violencia de género, de asesino/a serial, de cazador cazado, de supervivencia, de venganza (no es casual que en otra escena esta circunstancial pareja practique un juego de carta llamado Bullshit, expresión que en inglés suele referirse a disparate, mentira o en español el desconfío.)
La estructura del film es delicada y profundamente sugerente. El lenguaje es tan vital como los espesos y sosegados movimientos de la cámara. En todo momento, tanto la visitante como el dueño de casa, entablan conversaciones capaces de reformularse, de adquirir distintos significados. Unas mismas frases, según quien las pronuncie, nos invitan a sospechar en todo momento que uno puede ser víctima del otro. Patrick sentencia: “El miedo y la excitación son emociones idénticas”. Y ella responde: “Como si nos sintiéramos atraídos por finales infelices”.
El espacio invita a una intimidad tensa. Y la oscuridad se apodera lentamente del relato gracias a una atmósfera cargada por esa tormenta que los acecha, consiguiendo que ambos personajes se queden anclados en ese lugar, aunque se especule sobre la posibilidad de salir.
Frases como “la puerta está cerrada con llave”, o, “estarás aquí por un tiempo”, pueden sonar como alarmas dentro del ritmo calmo del relato. Ambos personajes hablan pausado, casi susurrando, pero el clima intrigante y de suspenso lento e inmersivo, nos hace intuir que en cualquier momento puede producirse un estallido que lleve la narración en una dirección temiblemente concreta.
El film transita por lugares comunes del género, (tormenta, noche, dos desconocidos encerrados, corte de luz), pero el relato de Bell y Allen aporta algunas sutilezas que hacen pensar en autores de quiénes cabe esperar buenos próximos trabajos.
Apenas aparece en la puerta la visitante – así la denomina el guión en el que Patrick es el único personaje con nombre propio- suena una música como leimotiv : una conocida canción romántica de los 50, “Sleep Walk”, de Betsy Bright , que habla de soledad , sonambulismo y perturbación mental .
De hecho, la película tiene algo de onirismo y alucinación propios del thriller psicológico. Una parte de la canción dice: “y cuando atravieses mi puerta no volveré a caminar dormido”.
Todo el diseño sonoro del film es muy destacable; permanentemente hay ruidos perturbadores que envuelven el ambiente, como si la casa rodante fuese un ser viviente, o como si hubiera algo amenazante en el exterior, más allá de la lluvia y los truenos. La casa se convierte de esa manera, en un espacio simbólico, representación de los personajes y sus espacios internos, psíquicos. En esta línea, Patrick habla de la ausencia divina en el mundo, destacando que lo único que se le acerca es, “esa vocecita en tu cabeza”. Dice,” no hay Dios, lo más parecido es la voz de la conciencia”.
Tanto ella (Jordan Cowan) como él (Brendan Rock) saben representar unos personajes impecables, que se mueven entre lo ambiguo y lo sórdido. Algo imprescindible para que todo este juego funcione al ritmo que han ideado sus creadores. Porque no conformes con la intimidad y tensión creadas entre dos desconocidos, que poco a poco van destapando sus verdaderas intimidades, el film estalla en un último acto donde los fantasmas del pasado, el entorno y el Mal en sí mismo, toman las riendas.
Ese preciso instante en que el control de la realidad se diluye, para ofrecernos otro tipo de película, totalmente conectada con lo anteriormente mostrado. Y radica aquí el verdadero triunfo del film, para resultar tan potente, donde se manifiesta una especie de venganza, adherida al más puro terror. La grandeza que adquiere la iluminación y la forma de resaltar objetos -hasta ahora imprescindibles- se vuelven en contra de la naturaleza y elevan la imagen a un festival pesadillesco y deformado. La película es un inteligente estudio de los límites de un terror atemporal y elaborado, gracias especialmente a dos personajes impecables y atronadores que apoyan una de esas realizaciones que se disfruta cuanto menos se sepa de ella.
Si de films con dos protagonistas en un mismo espacio se trata, -en ambos casos un hombre y una mujer-, Hard Candy es otro ejemplo de esa interacción. Aquí un fotógrafo de treinta y dos años, Jeff Colbert, se encuentra en una cafetería con Haley Stark, una chica de 14, con la cual ha estado chateando durante tres semanas. La atracción sexual es intensa pero latente, aun conociendo que se trata de algo ilegal. La química entre ambos es suficiente para que Haley acceda a acompañar a Jeff a su casa para que le tome fotos. Al llegar al lugar y comenzar a tomar unos tragos, Jeff comienza a sentirse mareado y se desvanece; al recuperar el conocimiento se encuentra fuertemente atado a una silla. La chica le cuenta, para su horror, que sospecha que él es el asesino pedófilo, que recientemente matara a una chica en la zona. Y Haley parece estar dispuesta a llegar hasta límites extremos del dolor y la manipulación para que confiese sus crímenes.
Hard Candy, que en algunos casos se ha traducido como Caramelo amargo, fue aclamada en el Festival de Sundance del 2015 y lanzaría a la fama a todos los involucrados: David Slade, el director, y Ellen Page y Patrick Wilson.
El suceso del film se debe fundamentalmente a su tema central: una chica de 14 años que se encuentra con un pedófilo y decide dar vuelta la partida, transformándose en un ángel de venganza. Uno puede encontrar obras previas como posibles influencias: la gran Audition de Takashi Miike o La muerte y la doncella (Death and the Maiden, 1994), brillante adaptación por parte de Polanski del libro del chileno Dorfman.
Sea la víctima de un torturador que se desquita de su verdugo, choques de mentalidades y/o alternancia entre víctima y victimario, todas ellas son construcciones narrativas basadas en cierta intelectualización con mayor o menor pie en la realidad.
Son duelos sutiles o violentos de personajes, tanto en lo físico como en lo mental, (como en el primer film reseñado) , y en este caso, quien creemos que es más débil, termina por someter al otro. Lo que aquí sorprende es que quien lleva la batuta, es una chica que aparenta ser seducida y que termina siendo una mente brillante y siniestra, que maneja la simulación a la perfección, y que puede ella sola, terminar por hacer caer a su despreciable víctima.
Lo que en el film de la noche de tormenta era duda, desconfianza o sospecha sobre quien era quien, aquí se devela cuando Haley somete a Jeff, lo hace confesar, y lleva el maltrato hasta las últimas consecuencias. Es una película sobre la búsqueda de justicia, sobre la venganza en el nombre de otras víctimas pero que también podría ser ella.
La sugerencia, los posibles dobles sentidos, la ambigüedad de los dos personajes en la casa rodante, aquí encuentran explicitación, claras explicaciones, y un sentido unívoco. Es todo tan trasparente que la chica prepara y le dice a su víctima cómo va a realizarle una castración, lo cual es lógico y consecuente con el relato.
En ninguna de las dos realizaciones se necesita mostrar sangre para que el espectador se encuentre en tensión. Son los climas densos, logrados especialmente a través de la narración, y las actuaciones, los que generan espesura a la ansiedad del espectador respecto a la escena que vendrá. La visitante dentro de la caravana, teme movilizarse y llega a tomar una ducha llena de pánico. Haley se apropia de la casa del fotógrafo, la revisa, encuentra pruebas y hará llegar a Jeff hasta la terraza, manipulándolo de manera maléficamente eficaz, respecto a la decisión sobre su propia vida.
Así como la visitante al tráiler de Patrick pudo haber sido cualquier chica que busca protección en medio de una tormenta, también Haley sabe, y le aclara a Jeff, que ella es como cualquier otra mujer “acosada, inquietada, abusada, violentada”: son posibles víctimas.
Hard Candy es un film eficaz, de denuncia, y para promover debates éticos y morales. La realización australiana nos invita a preguntarnos sobre la puesta a prueba de los complejos resortes de la salud mental -y sus desencadenantes patológicos- a la luz de un vínculo sorpresivo. También en la película estadounidense, la salud mental de ambos y sus conflictos, se pone de manifiesto en su accionar, pero es para explicitar claramente los roles y objetivos de los participantes. En ambos films, el poder y el dominio son el eje por donde transita cada vínculo, y el vehículo donde se juega este intercambio es mediante el uso inteligente de las palabras, hasta que la acción física pasa a comandar el protagonismo.
Hard Candy es una película necesaria mientras que You Will Never Find me es un tesoro escondido que vale la pena encontrar.


