
Inmaculada – El bebé de Rosemary: La sonrisa de Mamá Por Elen Helen

El miedo se enmascara, se disfraza, aparece con diferentes, nombres y formas, el miedo es una de las sensaciones más primarias y únicas que existen, y el reconocimiento de tal es lo que nos hace humanos. Un sueño, una nota periodística, un olor, una película, una sensación y ahí está entre nosotros dispuesto a atacarnos sin tiempo. Y cuando acecha el miedo es el dilema, ¿qué hacemos? ¿lo enfrentamos?, ¿huimos? o ¿lo disfrutamos?
Hay distintos tipos de miedo, el visionado de cine de género, es uno de ellos, es un miedo controlado, pero no por eso menos potente, nos permite disfrutar de esa adrenalina y a la vez convenientemente protegidos. En muchas ocasiones nos deja pensando en una imagen, o en un sonido y es ahí cuando trasciende la pantalla se queda en nuestra retina, se siente en el cuerpo, y se hace carne. Octubre es el mes ideal para conectar con el cine de terror. El año 2024 está siendo un año irregular si se trata de cine de género, aunque es notable una tendencia, y es la de la vuelta a un terror religioso. Los casos más evidentes son los de La primera profecía (The First Prophecy) e Inmaculada (Inmaculate).
El terror religioso es un subgénero que se centra en gran medida en la religión y los seres sobrenaturales, a menudo con demonios como principales antagonistas que generan una sensación de amenaza. La Iglesia católica se concibe a sí misma como la única Iglesia fundada por Cristo, y por tanto, la única auténtica frente a las demás iglesias y denominaciones cristianas que han surgido históricamente después de ella. Con dos milenios de historia, la Iglesia católica es la institución internacional más antigua del mundo y ha influido en la filosofía occidental, la ciencia, el arte y la cultura.
La Iglesia católica, de hecho, es la mayor proveedora no gubernamental de educación y servicios médicos del mundo. La influencia de la Iglesia católica ha sido siempre exponencial en la construcción de imaginarios y mandatos sociales y el cine no escapa a esta idea por eso tan fuerte su presencia en el séptimo arte.
Algunos ejemplos de películas muy conocidas son Estigma (Stigmatta, 1999), El Exorcista (The Exorcist, 1973), El Rito (The Rite, 2011) o Carrie (1976) por solo nombrar algunas.
En este caso me circunscribo en Inmaculada película estrenada en marzo de este año dirigida por Michael Mohan situada casi preponderantemente en este subgénero, recurre a todas las convenciones del mismo. El director nos ubica ya de entrada en Roma, capital mundial de la religión católica. Ahí observamos el arribo de Cecilia (Sydney Sweeney) una joven novicia que llega para internarse en un convento, una joven mujer con rasgos y actitud aniñada dispuesta a entregarse a los brazos de Dios. Sin muchos preámbulos, pero sí con muchos sobresaltos y con imagen estilizada que se regodea en la imaginería religiosa, Cecilia queda embarazada, casta y pura, y después de un interrogatorio injurioso, se dictamina que es un “milagro”.
Cecilia engendra en su vientre un niño sin pecado concebido. Tan veloz como sospechoso sucede todo en este convento italiano que tanto la protagonista como los espectadores somos testigos de una conjura inquietante. Cecilia fue elegida entre todas las mujeres del mundo para ser la madre del salvador o del anticristo, detalle que no queda claro, pero de formas non sanctas. Inmaculada realiza un doble juego si bien pretende al principio seducir al espectador con una estética de terror religioso, es pura apariencia. Es una película que coquetea con el gore y con el giallo, puede decirse que del giallo en tanto que el eje está puesto en la lógica. No hay misterios, no hay milagros, hay manipulación y experimentos científicos inmersos en una película con estética gótica.
La violencia allí es latente hasta que se vuelve explícita y cruel. Un film de atmósferas, se regodea del género de terror, no busca ser original, pero sí tiene personalidad propia. Inmaculada es un film plástico, tiene mucha expresión en la puesta en escena, un film autoconsciente. Se apoya en el dogma de la Inmaculada Concepción de la religión católica, que es una creencia del catolicismo que sostiene que María, madre de Jesús, a diferencia de todos los demás seres humanos, no fue alcanzada por el pecado original sino que, desde el primer instante de su concepción, estuvo libre de todo pecado, Michael Mohan utiliza esta creencia para ya desde el título señalar el recorrido del relato.
Es en este punto donde se encuentra con otro film icono del cine de terror, El bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby), del año 1976 dirigida por Roman Polanski, en esta película RoseMary (Mia Farrow) es la elegida para llevar en su vientre al hijo del diablo.
Un matrimonio se instala en un departamento de Nueva York sin sospechar que sus vecinos pertenecen a una secta satánica. Cuando Rosemary queda embarazada, se aísla poco a poco y la verdad sobre su bebé es revelada en un poderoso final.
En ambos films lo que predomina es la conspiración, en este caso la trama es más sutil, la sugestión se juega de una manera diferente a la hora de construir un mismo personaje. Cecilia y Rosemary, madres coaccionadas. En cuanto a la presentación de ambas mujeres puede verse un tratamiento inverso, en El bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1976) observamos a una Mia Farrow que está sufriendo un cambio de mujer adulta a casi una niña indefensa y temerosa. En el caso de Inmaculada el proceso que sufre Cecilia es exactamente a la inversa, de una joven casi niña a una mujer empoderada, audaz y valiente. La metamorfosis que viven las protagonistas es central para la construcción de la historia.
La idea de un cuerpo femenino cosificado y objeto de intercambio es notable en ambas películas, una maternidad forzada y monstruosa atraviesa ambas narraciones. Existe una misoginia autoritaria y naturalizada que somete tanto el cuerpo Rosemary como el de Cecilia, en el caso de Inmaculada se desprende una fuerte crítica al rol que desempeña la Iglesia Católica.
La manipulación, la dominación del mundo, tropos del cine y del cine de terror en particular siguen funcionando treinta años después del estreno de El bebe de Rosemary.
Cuando se trata de miedos, y de films de terror puede decirse que hay maneras de construir o de generar una reacción en el espectador, lo que vemos y lo que no vemos, es decir lo que permanece fuera del encuadre, es central para la generación de este efecto.
En El bebé de Rosemary lo que permanece fuera de campo es más retórico en cuanto que guía al espectador hasta el final que se produce la revelación en un final elocuente. En Inmaculada, todo el film es más explícito, aunque con un poderoso desenlace que apropiadamente Mohan eligió no mostrarlo, y solo vemos el rostro en un grito de Sydney Sweeney, un golpe y la contundencia absoluta con un fundido a negro que confirma el lugar de una mujer que ya no acepta, ni acata porque pone su cuerpo y su decisión por sobre cualquier intento de manipulación, presenciamos el nacimiento de una nueva final girl y el latido de una nueva época.


