La trilogía de La momia: A veces dos es más que tres
Las momias de Brendan Fraser
Corría el año 1999 y Brendan Fraser venía de actuar en la, popularmente televisiva, George de la selva (George of the Jungle, 1997). Luego de La momia (The Mummy, 1999), su estela de estrella de cine, alcanzaría un nuevo nivel. A este fenómeno puede sumarse, hacia adelante, la comedia Al diablo con el diablo (Bedazzled, 2000). Este conjunto de películas, representan el espíritu del cine transicional, de fines de los años noventa y de principios del siglo XXI en Hollywood. Teniendo a Fraser como núcleo neurálgico. Cualquier espectador podría recordarlas como “las películas de Brendan Fraser”. Inútil sería negarlo.
Los factores esenciales que hacen a La momia, no solo tienen que ver con el estado de gracia de su protagonista, sino también con la utilización de una historia tan popular como efectiva: la momia egipcia. En la industria audiovisual, su representación en una primer y segunda instancia, tiene que ver con los dos grandes estudios del cine de terror clásico; Universal y La Hammer. La momia (The Mummy, 1932) realizada por el legendario director de fotografía, Karl Freund (Metropólis, 1927, Drácula, 1931) protagonizada por el magnífico Boris Karloff. Y su homónima de 1959 dirigida por Terence Fisher, protagonizada por otro icono del terror como Christopher Lee. Nutren de un canon, una trama, y un contexto de los cuales el director Stephen Sommers supo valerse al momento de hacer su película.
Entre la familia y la traición
Un elemento define el tono y las características de la trilogía que componen las dos películas dirigidas por Stephen Sommers, la ya nombrada de 1999, La momia regresa (The Mummy Returns, 2001), y La momia: la tumba del emperador dragón (The Mummy: Tomb of the Dragón Emperor, 2008) de Rob Cohen; y es su pertenencia al casi extinto género de aventuras. Bebiendo, pero distanciándose de las películas de Indiana Jones, de Steven Spielberg, la historia deja de ser exclusiva del héroe singular interpretado por George Harrison, para ser colectiva. Tomando la forma de la familia O’Connell. Así es como la trilogía va a contar las aventuras de los O’Connell, como estos se conforman en la primera película, como se rompen y renacen en la segunda, para caer y resurgir nuevamente en la siguiente secuela. Cada integrante de la familia, tiene su lugar asignado dentro de la dinámica narrativa. El Rick de Fraser es el héroe de acción, la Evelyn de Rachel Weisz es el cerebro del grupo, así como la garante de la unidad familiar. El tío Jonathan de John Hannah dota a la saga de humor, y el joven Alex en sus diversas interpretaciones, funciona como disparador de conflicto en las dos últimas películas.
Más allá de esta dinámica transversal a todos los films, dicha trilogía no funciona como unidad monolítica en términos cinematográficos. Sin contar los errores en el verosímil general de las tres películas, está bien que se valore a estas de manera diferente. La primera de ellas es, probablemente, la más y mejor lograda. Tiene un gran andar como película de aventuras, incluso con algunas escenas de terror. Plantea las reglas internas y las dinámicas entre personajes, que se van a replicar con menor resultado en la primera secuela. El fallido intento de re versionar el mito, llevando la historia a China, no hizo más que terminar de agotar la saga.
Hay dos escenas que no solo resultan inolvidables, sino que podrían resumir cinematográficamente, la naturaleza de lo que representan los grupos en conflicto a lo largo de las películas. En la primera película, el momento en el que se conocen Rick y Evelyn O’Connell no precisa palabras. Literalmente. El vínculo entre ellos fluye tan naturalmente, con tanta gracia, que hace que no resulten absurdas las circunstancias en las que se produce. Después de esa escena, va parecer que Brendan Fraser y Rachel Weisz se conocen de toda una vida. En contraposición, la traición de Anck Su Namun (Patricia Velásquez), al icónico Imhotep de Arnold Vosloo es desoladora. El rostro de Vosloo, una vez consumada la traición, con la posterior aceptación de su muerte, angustia y conmueve. Y hace que todo lo que vino después, incluida la tercera película, haya estado un poco de más.
Por Jorge Pinzón Bermúdez