
El anticristo debería haber muerto en el 76: La última profecía por Tamara Rey
Richard Donner sella en plena ceremonia funeraria de Estado bajo una banda sonora espeluznante y un ingenioso travelling hacia abajo el rostro de la maldición: Damien, el pequeño hijo del difunto embajador de Estados Unidos de Gran Bretaña. La Profecía (The Omen, 1976) se consagra junto a La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, 1968) de Roman Polanski y El exorcista (The Exorcist,1973) dirigida por William Friedkin en títulos que escandalizaron una sociedad bautizando un subgénero satánico.
La atmósfera de suspenso en la película de Donner es insuperable comparadas a sus secuelas, la saga de un clásico de terror psicológico donde el demonio en el poder subsiste, pero la forma narrativa y visual la aproxima a un género de fantasía, y muchas veces un tanto absurda. En La maldición de Damien (Damien: Omen II, 1978) dirigida por Don Taylor, el niño ya es un adolescente y desconoce la bestia habita dentro suyo, pero de pronto algo lo irrita o angustia y puede aterrorizar y hasta inclusive asesinar al otro con sólo pararse frente a la cámara. En La profecía 4: El renacer (Omen IV: The Awakening, 1991) de Jorge Montesi, el triple seis está inscripto en una niña, su mirada detrás de unos barrotes, ventanas o por detrás de algún primer plano sería la responsable de sugestionar el advenimiento del mal. Entonces, los hechos no dan miedo ni ganas de reirse, por el contrario, da rabia porque son películas reanudando una trama original de una historia bien hecha, si fuesen producciones autónomas tal vez funcionarían dentro del folk horror y sino como parodias también. En La huérfana (Orphan, 2009) por Jaume Collet-Serra la protagonista perturba al espectador desde su aparición, porque el director genera un clima de tensión durante todo el film. Poderes ocultos (The Innocents, 2021) un potencial film noruego de Eskil Vogt, presenta conflictos muy complejos plasmados en niños que transmiten sus miedos, inseguridades y profundas carencias transformándolas en una sutil pesadilla.
En La última profecía (1981) Graham Baker logra un impacto en el principio cuando el actual embajador de Gran Bretaña se suicida delante de los medios de comunicación, si bien prosigue con un ritmo más lento y alguna escena un poco densa dejarse llevar sería la premisa, la película podría ser la más amable de las secuelas por dos acertados factores, quien toma la vara del demonio es el neozelandés Sam Neill interpretando a Damien Thorn ya de adulto y por otro su vínculo con la periodista Kate (Lisa Harrow) y su hijo. El Anticristo asume como embajador de Estados Unidos, finalmente siguió los mismos pasos de su padre y mientras es amenazado de muerte por un grupo liderado por el padre DeCarlo (Rossano Brazzi) los Discípulos de la Vigília deben matar a cualquier bebé nacido en las primeras seis horas del 24 de marzo para impedir el renacimiento de Jesús Nazareno. Kate investiga esas extrañas muertes sin saber lo atroz deambula cerca suyo. La perversión y manipulación consciente enmascarada como Satanás por obtener poder en las altas castas en contraposición con la simplicidad de una periodista y madre soltera en busca de develar lo tangible convierte a La última profecía en un film más insinuante.