Una lápida para Mary: Cementerio de animales II por Martín Vivas
Toda secuela parte del universo diegético que dispone la primera entrega de una serie de films, o su punto de partida es el mismísimo final de su predecesora. A veces esta segunda producción recorre los antecedentes de la iniciática (precuela), tratando más de darle una explicación, un marco causal, al relato en lugar de extenderlo.
Está claro que nunca es sencillo continuar una historia, más aun cuando la primera deja severas marcas en los espectadores. Este es el caso de Cementerio de animales (Pet Semetary II, 1992) de Mary Lambert, corolario de la estrenada en 1989, también dirigida por la cineasta referida, y que en aquel caso contó con guión a cargo del escritor Stephen King, quien ya había publicado, unos años atrás, la novela homónima.
La película se ambienta, como toda continuación, en el espacio fijado por la original, esto es, el cementerio de mascotas, la necrópolis aborigen, y sus inmediaciones. Incluso hay referencias directas a la trágica historia de la familia Creed, como un plano de su casa, notoriamente abandonada, o la mención de Church, el gato resucitado. Hasta aquí el film cumple con los requisitos de toda secuela, pero ¿qué es lo que falla en esta entrega?
Antes que nada debemos decir que Cementerio de animales (Pet Semetary, 1989) jugó con una carta sorpresa. El impacto que implica conocer, y vivir, un relato por primera vez es un atributo exclusivo que en este caso le corresponde sólo a ésta. Las secuelas nunca podrán gozar de esta singularidad, porque el espectador ya se encuentra advertido, preparado de alguna manera para enfrentarse a las condiciones que impone la historia.
La primera entrega trata esencialmente, y como aseverara Lambert en una entrevista, de la muerte de un niño. Es la temática fundacional de la película, y lo que decanta a su alrededor. Podemos sumarle a ella otros asuntos, como la negativa del protagonista a tener que informar la muerte de su primera mascota a su hija, con el solo objeto de evitar la angustia en la menor; la responsabilidad por el deceso prematuro de una hermana a causa de una enfermedad oncológica, el suicidio como forma de alivio frente a un padecimiento de carácter intolerable, y el rechazo a la ausencia que produce la muerte de un hijo.
En suma, todo ello es difícil de superar, parecería que no hay nada peor que la tragedia familiar causada por un padre que juega a ser Dios. Es que el retorno de los muertos es una habilidad excluyente de todo ser divino, tal el caso de Zeus devolviéndole la vida a su hijo Dioniso o Jesús con el mismísimo Lázaro. Louis Creed (Dale Midkiff) es castigado como Prometeo, el entierro de la mascota en el cementerio aborigen es el desencadenante de una serie de infortunios, que cae como una bola de nieve desde la cima de una montaña, creciendo y llevándose todo por delante.
Por el contrario, Lambert intenta darle otro tono a la continuación. Así, Cementerio de animales, ya sin King y con Richard Outten como guionista, trama un camino distinto, le agrega el humor que en la antecesora no se permitió, algo que el género de aquella época proponía como rasgo característico. Sin dudas, el lugar que ocupa en el film el personaje del comisario Gus (Clancy Brown) es una evidente demostración de lo expuesto. Su muerte y posterior resucitamiento, que funciona cual espejo, lo devuelve a la vida como un ser amable, especialmente en el trato con su hijastro, carneando los conejos que antes cuidaba con celo, permitiéndose la chanza durante una cena y convirtiéndose en una especie de justiciero frente al matón de la escuela. Ya no huele mal como sí lo hacían los revividos de la primera, ahora hasta puede ser un aliado.
Pero también el film, para el personaje interpretado por Edward Furlong, es un coming of age, a saber, se enfoca en el crecimiento psicológico y moral del joven, que experimenta en primera persona la muerte de su madre y debe tolerar el bullying al que se ve sometido por un grupo de adolescentes de su escuela. Esto aleja todavía un poco más la historia de su anterior, distribuyendo el concepto de lo monstruoso y la crueldad entre varios personajes, cuando en la primera sólo alcanzaba para que la ruta y el andar vertiginoso de los camiones generaran cierto pavor.
A su vez, existen otros elementos que perjudican a la secuela. Ya no desarrolla el tema de la culpa, temática capital de muchas de las novelas de Stephen King. La muerte ya no es el tópico principal del film, al menos no como lo trata la primera, llevándola al terreno de lo banal, tal como la fiesta de Halloween no es más que la vulgarización de la víspera del Día de Todos los Santos. Justamente la muerte de Gus se da mientras los jóvenes del pueblo celebran la festividad contando historias de terror y bebiendo en el cementerio de animales.
Finalmente, nos queda la inentendible última escena de Cementerio de animales. Mientras padre e hijo, los sobrevivientes de la historia, se alejan por la ruta y la cámara se eleva sobre el paisaje, aparecen en viñetas, uno a uno, todos los difuntos del film. Por lo expuesto, y por otras cuestiones que exceden al presente, la película se convirtió en una lápida para Mary Lambert, que ya no pudo volver con un éxito, dentro o por fuera del género.