
Realismo social en imágenes Por Tamara Rey
Yo, Daniel Blake (I, Daniel Blake, 2016)
Daniel (Dave Johns), un carpintero que sufrió un infarto, quedó sin trabajo y sin subsidios construye con lo poco le queda un mueble de libros de estudios destinado a Katie (Hayley Squires), mientras ella ha comenzado a prostituirse para poder subsistir con sus dos hijos. Dos retratos magníficamente reales y desoladores de la idea de desesperación por hambre contra un haz de esperanza de que, aunque sea uno de los dos se salve dentro de un sistema capitalista. El cineasta británico Ken Loach despliega un conflicto básico universal: estar desempleado. Lo interesante dentro de su narración es cómo el individuo no sólo debe luchar contra la burocracia de los de más arriba sino también tener que lidiar con los de en frente, esos otros individuos desfilando detrás de escritorios asistiendo al desocupado o enfermo, o enseñando a confeccionar currículums, y hasta ingenuos y absurdos podrían ser creyendo que por tener un asiento de apoyo en ese pequeño espacio les garantiza estar exentos de una futura exclusión social.
El mismo amor, la misma lluvia (1999)
No es una historia de amor. Entre rejas y luego al vacío, así presenta el director Juan José Campanella a Mastronardi (Alfonso De Grazia) un periodista que necesita volver a trabajar, pero ya no hay puesto para él. “Sería riesgoso tomarlo luego de haber firmado en contra de la censura”, se justifica su amigo y mentor Roberto (Eduardo Blanco). Jorge (Ricardo Darín) sí continúa trabajando, pero sus cuentos sólo le gustan a Laura (Soledad Villamil), no a la revista Cosas. Laura, por otra parte, fantasea con una vida románticamente ideal. Transcurre en los años ’90, en Buenos Aires y con una sociedad colmada de jóvenes idealistas y entusiastas, aunque algunos van escalando tan de prisa y sin mirar la historia, que terminan andando al borde de una cornisa. Campanella utiliza como disparador un romance entre Jorge y Laura de excusa para hablar realmente de un estado de conciencia social. Jorge comienza siendo un soñador apasionado por la literatura y termina convirtiéndose en un hombre traidor y crítico de cine corrupto, perdiéndolo todo, a Laura incluida, quien funciona como un espejo de la persona que él podría haber sido o haber hecho con su propia vida, ambos sumergidos en una sociedad individualista, en la que para muchos el concepto de poder salvarse implica aplastar al otro.
Dos días, una noche (Deux jours, une nuit, 2014)
«Es como estar mendigando» le dice Sandra (Marion Cotillard) a su marido Manu (Fabrizio Rongione) al tener que salir a golpear puertas de sus ex compañeros de la empresa Solwal para una nueva votación con la esperanza de recuperar su puesto de trabajo. Depende de ella convencerlos para desistir de la prima de mil euros. Si ellos votan por ese seguro de horas extras Sandra será despedida. Según su jefe no es nada personal, es la crisis y la competencia asiática. Luc y Jean-Pierre Dardenne, utilizan la cámara en mano para proyectar en el cuerpo y rostro de una mujer la personificación de la desesperación y el sentido de valer absolutamente nada dentro de una sociedad, como si esa mujer estuviese alienada de todo tipo de sistema y ya no formara parte. Los cineastas belgas brindan una pausa con un pequeño fragmento de rock and roll, la única escena en donde la voz de Sandra se oye con un poco más de tenacidad, su sonrisa escondida se dibuja por sólo algunos instantes, así como el brillo en su mirada. «Me gustaría estar en su lugar» expresa Sandra, ¿En el lugar de quién? pregunta Manu, «De ese pájaro que canta» responde ella. Su marido también lucha, es padre de dos hijos y su mujer está desempleada.