
Vestida para matar: Con esas piernas, matame mi amor Por Pamela Rodriguez
¿Ese es De Palma?
Quizás no tan reconocido por su nombre pero si por sus películas nace en el año 1940 el prolífero director Brian de Palma conocido por títulos como Caracortada (Scarface, 1983) o Los intocables (The Untouchables, 1987) pero en 1980 nos trae la pelicula por la que fué acusado de plagio con más intensidad: Vestida para matar (Dress to Kill, 1983), donde seguimos a la Liz Blake una prostituta (En este caso es importante aclararlo y tenerlo en cuenta) testigo de un asesinato del que resulta sospechosa por el simple hecho de estar en el lugar equivocado (o en el correcto) convirtiéndose en el próximo objetivo de la rubia asesina a la que no se le ve la cara. A pesar de las previas acusaciones que se sostienen hasta el día de hoy sigue dividiendo la opinión pública y a los críticos puesto que no deja de ser valorada como una copia de una de las peliculas más icónicas de Alfred Hitchcock Psicosis (Psycho, 1960), sin embargo si dejamos las comparaciones de lado podemos encontrar no solo muchas diferencias entre ambas sino la exquisitez con que De Palma deja su propia huella difuminando la línea entre el erotismo y la muerte obligándonos a aceptar que en algunas oportunidades no somos capaces de elegir entre el goce y el placer.
Forjando mujeres fatales de los 80 (esas son las mejores)
Como gran amante del enfoque profundo y un artista incomparable de la pantalla partida el director nos invita a pensar y reflexionar sobre cada plano. Dijo André Bazin en su afamado libro ¿Qué es el cine?: “La profundidad de campo bien utilizada no es sólo una manera más económica, más simple y más sutil a la vez de hacer resaltar una escena; sino que afecta, junto con las estructuras del lenguaje cinematográfico, a las relaciones intelectuales del espectador con la imagen, y modifica por tanto el sentido del espectáculo.” y es aquí donde podemos detenernos y apreciar una forma distinta de ejecutar el lenguaje cinematográfico según De Palma. Cada escena está cargada con contenido que puede tanto conquistar o como pensaba Bazin confundir al espectador utilizando ese mismo lenguaje para satirisar lo tantas veces demonizado: la femme fatale. Más allá de que podemos encontrarlas en la literatura, este arquetipo se remonta incluso hasta la misma biblia (¿acaso Salomé no fué una femme fatale?) el director construye personajes que desencajan con lo acostumbrado. La fémina en cuestión no sólo explora su sexualidad como un derecho que le corresponde, sino que se siente orgullosa además de poseer una inteligencia que sus contrapartes masculinas quienes constantemente la acusan por comportarse como ellos siempre lo hicieron dejando de lado los escrúpulos.
Basado en hechos reales
En ocasiones se puede señalar a De Palma como políticamente incorrecto, pero es imposible dejar de lado el contexto así como los inicios de su carrera. La violencia hacia esas mujeres es real siendo que la policía no les cree e incluso la asesina de Vestida para matar las juzga por sus actividades extramatrimoniales o como ocurre en el caso de Bajos instintos (Basic, 1992) donde el director Paul Veorhoeven retoma el arquetipo de femme fatale delimitando una Sharon Stone(Catherine Trammell) erótica en su constante accionar, exitosa e inteligente que orgullosa de vivir como le place es repetidamente acusada por hombres que aunque inútiles en su trabajo se vanaglorian e incentivan entre sí. Nick Curran (Michael Douglas) está seguro de que Catherine es la asesina aunque cae en sus redes porque no es ajeno a la seducción ni a la atrayente confianza de la supuesta victimaria, pero en cada oportunidad él trata de que quede en claro quién manda mientras el espectador sabe la absoluta verdad: quien está a cargo de la situación no es otra que Sharon Stone. Del mismo modo que las protagonistas de ambas películas (y muchas otras incluyendo a la inolvidable Jessica Rabbit de ¿Quién engañó a Roger Rabbit?) son menospreciadas porque su belleza y atracción son pecaminosas, pero no en sí mismas, sino que la culpabilidad recae en quién las desea. Tanto Robert Elliot (Michael Caine) como Nick Curran temen a la sexualidad femenina tomando su empoderamiento como un desafío personal que deben castigar con la vara moral que se les ha otorgado por el simple hecho de nacer hombres. Dijo Stone sobre la filmación de Bajos instintos: “Filmar esa película me ayudó en lo personal a ser menos débil y a estar menos disponible para que me comieran cruda” ya que al atravesar varias peripecias para el casting y posterior papel de Trammell en el que Verhoeven la engaña para que se saque la ropa interior en la mítica escena del interrogatorio podemos encontrar violencias cotidianas que no es necesario ver de cerca para comprender que están mal. La femme fatale es necesaria en estas narrativas como un síntoma de lo que se vive como mujer en el día a día, no como una enfermedad moderna y es allí donde De Palma pasa a la historia y como en un truco de magia repleto de saturación y contraplanos etéreos nos hace repensar si lo que se teme es a estas vampiresas o a lo que el mundo hizo de ellas.